El mundo es una olla a presión donde habitan millones de zumbados imaginando mundos diferentes; millones de neuróticos pensando que su manera de entender la vida es la correcta y la mejor para todos. Y lo más grave, es que no lo conciben como una fantasía, sino que están dispuestos a imponer sus delirios convencidos de que es por el bien de la humanidad. Entre todos esos millones de visionarios, existen manipuladores e intrigantes, envidiosos o resentidos, e inclusos hay bienintencionados que se creen los elegidos para dicha misión, y son muy peligrosos, porque todos imaginan ser el centro de universo y que los planetas giran alrededor suyo.
Pero yo que soy un hombre justo y ecuánime, me gusta imaginar posibles combinaciones y sus variantes de acontecimientos históricos o familiares; sin embargo creo que lo mejor es fantasear con ello y dejar al mundo tranquilo.
A veces, las escribo o las cuento a mis amigos, pero la mayoría, solo las pienso en los momentos de desvelo y luego me duermo. Porque yo al contrario que los otros, sé que «los sueños, sueños son», como dijo el poeta.
El ilusorio juego de imaginar distintas posibilidades me entusiasma y a veces hasta lo hago en voz alta mientras desayuno; y Saturno, perezoso, me mira y luego se tapa los ojos o las orejas con las patas delanteras. Eso lo hace desde que era cachorro, cuando no le interesan mis relatos. Eso sí, cuando le cuento aventuras amorosas abre los ojos como puertas de castillos y levanta las orejas como antenas parabólicas.
—¿Te imaginas que fueses un pato del parque del Cespín en vez de un perro? —aúlla y se esconde; a mí eso me divierte.
Ana, medio dormida y con la mirada en la taza del café, me escucha, a veces con paciencia, mientras yo sigo relatando:
—¿Te imaginas como sería mi vida si hubiese nacido veinte años más tarde? Me habría gustado nacer en los setenta… —Ana interrumpe mi monólogo:
—Se te van a torrar de más las tostadas; ya huelen a chamusquina.
Es verdad, a veces en esos trances pierdo el sentido de la realidad, pero me vuelvo obsesivo con este tema y sigo:
—¿Te imaginas si mi abuelo Pedro (el pastor lusitano) no se hubiera suicidado y hubiéramos emigrado a Portugal en vez de a Francia y que yo ahora hablara portugués¿ ¿Te imaginas que en vez de haber escuchado canciones francesas me hubiese criado escuchando los fados de Amalia Rodrigues, mirando al Océano y comiendo bacalao? Ahora sería un hombre ecuánime y sereno (no porque las canciones francesas provoquen desequilibrios, sino por contagio del carácter portugués). También podría haber ejercido otro oficio y haber sido ceramista o marinero; me habría casado con una portalegrense y ahora tendría tres hijos portugueses y seis nietos seguidores de Cristiano Ronaldo.
—Para eso no es necesario ser portugués —me aclara Ana soltando una risita maliciosa.
Eso también es verdad, esta mujer siempre me baja a la realidad y eso me viene bien; los fantasiosos necesitamos gente realista a nuestro lado.
A pesar de mi facilidad para la fantasía, no soy capaz de imaginar mi vida compartida con otra mujer que no sea ella.
Me gusta imaginar de madrugada cómo habría sido la vida de nuestra familia si no hubiéramos emigrado a Francia, si a mi abuela paterna no la hubieran matado durante la guerra y si mi abuelo Teodoro y mi padre no hubiesen tenido tanto resentimiento al pueblo por esa causa.
—Habrían seguido siendo labradores de estas tierras y habrían comprado un tractor y yo me habría hecho mecánico.
—¿Mecánico? Si no eres capaz de cambiar una rueda del coche ni sabes lo que es una bujía.
—Bueno, podría haber sido tractorista y habría comprado una cosechadora; segaría los trigales de los pueblos manchegos y sería socio de Tomás…
—Deja tranquilo a Tomás, que por cierto hace tiempo que no lo vemos —Ana se va a la ducha; luego sale corriendo porque se le hace tarde, me besa, y esos besos mañaneros me saben a néctar. Después acaricia a su gata medio dormida, le dice adiós a Saturno y desaparece canturreando.
Me gustaría que en los hermosos bolardos del Cespín hubiera barcos veleros amarrados y que ahí empezara el Mediterráneo…
Mi hermana Jeanne baja por las escaleras desperezándose; esta se parece a mí, desde siempre hemos jugado a imaginar otras vidas y nos gusta retorcer ideas recién levantados. A ella le gusta imaginar que mis padres podrían haber emigrado a Alemania y ahora ella sería alemana como Angela Merkel. Dice que le gusta esa mujer y podría haber sido asesora suya. También dice que le hubiese gustado ser maestra alemana, que tienen más carácter que las francesas y son más rubias.
—Pero si tú has sido maestra y eres muy rubia.
—Sí, pero las alemanas son más delgadas —siempre tuvo idealizada a las alemanas y asegura que Claudia Schiffer es la mujer más guapa del universo. En eso sí que no exagera, pienso yo. Aun así, no he conocido en mi vida a persona más exagerada que mi hermana y para enredar un poco más el asunto, le propongo imaginar qué haría ella si fuese alcaldesa de Yecla; dice que lo tiene muy claro:
—Yo lo único que no cambiaría sería el nombre, el resto todo.
—¿Qué harías con los yeclanos? —le pregunté. Me miró con cara sonriente y se fue corriendo como Ana, canturreando también.
Continuará…