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🍁 jueves 12 diciembre 2024
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La compañía del diablo

Me acaba de mandar mi amigo y fotógrafo Juan Miguel unas fotos del diablo que sacan los domingos de la Semana Santa en Yecla y como si tuviese un muelle en el culo he saltado de la silla y me he puesto a todo volumen «El Trino del Diablo» de Tartini.

Podría haber puesto cualquier disco de los Rolling y escucharlo al revés, pues dicen que esconden mensajes en clave para conectar con el Maligno. También pensé en Black Sabbath, la banda que utilizó “el intervalo de trítono” a propósito para contar en una canción la historia de una mujer de negro, que viene a por el protagonista para arrojarle en un lago de fuego. Pero yo soy de gustos más antiguos.

He seleccionado para hoy la foto que abre este artículo porque me recuerda al plano americano del cine; los tres personajes representan una trilogía curiosa: el mal, el control y la indiferencia. Me resulta muy interesante, pues en un mismo plano se refleja la soledad de la anciana, ajena a la escena y en penumbra, pensando quizá en los auténticos demonios de su vida; al sanjuanero que lo sujeta (lo llaman así porque pertenece a la cofradía de San Juan), intentando darle consignas al diablo; y este, despistado, sin saber muy bien lo que tiene que hacer. Una metáfora acertada, ahora que el Mal no sabe a dónde acudir, porque es bien recibido en todas partes.

Conocí a Juan Miguel al visitar una exposición suya sobre temas vinícolas en la Casa de Cultura de Yecla. Me presenté, empezamos a hablar, nos entendimos desde la primera frase y se dejó embarcar en este proyecto en el que cada domingo aparecemos juntos en esta ventana. Sus fotos siempre añaden a mis textos un matiz irónico.

Los temas preferidos de este fotógrafo son la noche, el vino y la indiferencia de la gente sencilla ante los rituales. Juan Miguel tiene una visión muy certera de la vida de Yecla y eso me ayuda a comprender mejor a nuestros paisanos. ¡El vino, la noche y la gente sencilla! No se puedo imaginar temas más gratificantes.

Todavía recuerdo como cada Domingo de Resurrección acabábamos huyendo todos con la aparición del diablo después de una traca muy sonora y el griterío de la chavalería. A día de hoy, sigue siendo el colofón satánico de esta fiesta religiosa.

De niño, tuve un amigo que guardaba una lista con los nombres del Maligno: Satanás, Belcebú, Leviatán, Lucifer, el Diablo, Satán, Mefistófeles… y decía que si los leías todos seguidos mirándote en el espejo y sin parpadear aparecía el demonio para ofrecerte pactos de inmortalidad. No nos atrevimos nunca, leíamos los nombres de carrerilla, pero sin mirarnos en el espejo y ensayábamos a ver si éramos capaces de no parpadear, pero nadie lo conseguía.

Me cuenta Concha que siendo niña estaba en el balcón de una amiga que vivía en la Corredera y cuando vieron al diablo escalar para subir a donde ellas estaban, corrieron para esconderse debajo de una cama y este las sacó a las dos del escondite tirando de los pies mientras los adultos se reían.

—Nunca entendí las risas de mi padre, yo creía que mis padres debían protegerme, pero solo reían. Mi amiga y yo abrazadas gritábamos y llorábamos mientras el puñetero diablo intentaba tocarnos la cara y nos decía: “Os voy a llevar conmigoooo”. Movía amenazante los dedos con largas uñas; el aliento le olía a coñac. Los adultos se divirtieron a nuestra costa. Después del traumático acontecimiento, nuestros familiares decían que el demonio había dejado caramelos para aliviarnos del susto; estuve varios años sin probar ninguna golosina y el color rojo me sigue espantando.

A mí, como a Concha y a todos los niños de esa época, nos producía un temor espantoso el diablo; es posible que a ello contribuyese la educación religiosa y que no existían ni las fiestas de Carnaval ni las de Halloween y nadie se disfrazaba en esa época. Estoy seguro que a los niños de ahora, acostumbrados a ver películas de zombis, ya no les asusta este diablo. Me cuenta Salvador que hubo unos años en que los niños lo apedreaban y nadie quería salir disfrazado de diablo en la procesión.

—Una generación de caprichosos, irreverentes, que lo único que les asustaba era quedarse sin teléfono móvil o no tener una Play Station. A nosotros nos daban miedo los maestros con la regla de madera en la mano; nuestra madre con el alpargate amenazando y, sobre todo, las noches oscuras con aire rebotando en las ventanas, pues parecía que alguien quisiera asaltar la casa.

La aparición del diablo correteando entre la gente generaba tumultos y el contagio colectivo ayudaba a la excitación y al miedo. El diablo de ahora debería representar más seriamente la maldad y gritar o aullar y oler a azufre o a sudor de tres semanas para que nadie se le acercase. Pero no es así, se fotografían con él sonriendo, niños y adultos. Yo creo que ese miedo teatral es necesario de vez en cuando; el miedo es un sentimiento estimulante.

Pero el miedo que nos han inoculado en este último año es voraz, concreto y más peligroso que los fantasmas o que los dragones; se parece mucho a las plagas bíblicas. En la catequesis, un cura nos decía que teníamos que elegir entre la compañía del Ángel de la Guarda o la del demonio. La mayoría de mis compañeros lo tenía claro, yo sigo dudando.

diablo semana santa


Lee todos los relatos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Me acaba de mandar mi amigo y fotógrafo Juan Miguel unas fotos del diablo que sacan los domingos de la Semana Santa en Yecla y como si tuviese un muelle en el culo he saltado de la silla y me he puesto a todo volumen «El Trino del Diablo» de Tartini.

Podría haber puesto cualquier disco de los Rolling y escucharlo al revés, pues dicen que esconden mensajes en clave para conectar con el Maligno. También pensé en Black Sabbath, la banda que utilizó “el intervalo de trítono” a propósito para contar en una canción la historia de una mujer de negro, que viene a por el protagonista para arrojarle en un lago de fuego. Pero yo soy de gustos más antiguos.

He seleccionado para hoy la foto que abre este artículo porque me recuerda al plano americano del cine; los tres personajes representan una trilogía curiosa: el mal, el control y la indiferencia. Me resulta muy interesante, pues en un mismo plano se refleja la soledad de la anciana, ajena a la escena y en penumbra, pensando quizá en los auténticos demonios de su vida; al sanjuanero que lo sujeta (lo llaman así porque pertenece a la cofradía de San Juan), intentando darle consignas al diablo; y este, despistado, sin saber muy bien lo que tiene que hacer. Una metáfora acertada, ahora que el Mal no sabe a dónde acudir, porque es bien recibido en todas partes.

Conocí a Juan Miguel al visitar una exposición suya sobre temas vinícolas en la Casa de Cultura de Yecla. Me presenté, empezamos a hablar, nos entendimos desde la primera frase y se dejó embarcar en este proyecto en el que cada domingo aparecemos juntos en esta ventana. Sus fotos siempre añaden a mis textos un matiz irónico.

Los temas preferidos de este fotógrafo son la noche, el vino y la indiferencia de la gente sencilla ante los rituales. Juan Miguel tiene una visión muy certera de la vida de Yecla y eso me ayuda a comprender mejor a nuestros paisanos. ¡El vino, la noche y la gente sencilla! No se puedo imaginar temas más gratificantes.

Todavía recuerdo como cada Domingo de Resurrección acabábamos huyendo todos con la aparición del diablo después de una traca muy sonora y el griterío de la chavalería. A día de hoy, sigue siendo el colofón satánico de esta fiesta religiosa.

De niño, tuve un amigo que guardaba una lista con los nombres del Maligno: Satanás, Belcebú, Leviatán, Lucifer, el Diablo, Satán, Mefistófeles… y decía que si los leías todos seguidos mirándote en el espejo y sin parpadear aparecía el demonio para ofrecerte pactos de inmortalidad. No nos atrevimos nunca, leíamos los nombres de carrerilla, pero sin mirarnos en el espejo y ensayábamos a ver si éramos capaces de no parpadear, pero nadie lo conseguía.

Me cuenta Concha que siendo niña estaba en el balcón de una amiga que vivía en la Corredera y cuando vieron al diablo escalar para subir a donde ellas estaban, corrieron para esconderse debajo de una cama y este las sacó a las dos del escondite tirando de los pies mientras los adultos se reían.

—Nunca entendí las risas de mi padre, yo creía que mis padres debían protegerme, pero solo reían. Mi amiga y yo abrazadas gritábamos y llorábamos mientras el puñetero diablo intentaba tocarnos la cara y nos decía: “Os voy a llevar conmigoooo”. Movía amenazante los dedos con largas uñas; el aliento le olía a coñac. Los adultos se divirtieron a nuestra costa. Después del traumático acontecimiento, nuestros familiares decían que el demonio había dejado caramelos para aliviarnos del susto; estuve varios años sin probar ninguna golosina y el color rojo me sigue espantando.

A mí, como a Concha y a todos los niños de esa época, nos producía un temor espantoso el diablo; es posible que a ello contribuyese la educación religiosa y que no existían ni las fiestas de Carnaval ni las de Halloween y nadie se disfrazaba en esa época. Estoy seguro que a los niños de ahora, acostumbrados a ver películas de zombis, ya no les asusta este diablo. Me cuenta Salvador que hubo unos años en que los niños lo apedreaban y nadie quería salir disfrazado de diablo en la procesión.

—Una generación de caprichosos, irreverentes, que lo único que les asustaba era quedarse sin teléfono móvil o no tener una Play Station. A nosotros nos daban miedo los maestros con la regla de madera en la mano; nuestra madre con el alpargate amenazando y, sobre todo, las noches oscuras con aire rebotando en las ventanas, pues parecía que alguien quisiera asaltar la casa.

La aparición del diablo correteando entre la gente generaba tumultos y el contagio colectivo ayudaba a la excitación y al miedo. El diablo de ahora debería representar más seriamente la maldad y gritar o aullar y oler a azufre o a sudor de tres semanas para que nadie se le acercase. Pero no es así, se fotografían con él sonriendo, niños y adultos. Yo creo que ese miedo teatral es necesario de vez en cuando; el miedo es un sentimiento estimulante.

Pero el miedo que nos han inoculado en este último año es voraz, concreto y más peligroso que los fantasmas o que los dragones; se parece mucho a las plagas bíblicas. En la catequesis, un cura nos decía que teníamos que elegir entre la compañía del Ángel de la Guarda o la del demonio. La mayoría de mis compañeros lo tenía claro, yo sigo dudando.

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