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🌼 jueves 18 abril 2024
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La boda (las pelotas)

En estas fiestas hemos comido pelotas tres días seguidos. Un día, celebramos la llegada de mi hermana; otro, el santo de Concha y, por último, el cumpleaños de Ana, que para colmo de yeclanía, cumple el 8 de diciembre. El atracón de pelotas me ha recordado al día de nuestra boda. No os lo había contado por discreción, pero en el verano pasado, coincidiendo con la visita de mi familia a Yecla, celebramos nuestro enlace matrimonial. Aprovechamos que hacía buen tiempo, que la gente estaba en la playa o en las casas de campo y que la prensa del corazón estaba de vacaciones.

Fue una ceremonia religiosa íntima donde solo asistieron los familiares más cercanos y el grupo de amigos de siempre. Nos casamos en la iglesia nueva aprovechando que la Virgen estaba en el pueblo. A Ana le hacía ilusión que nos diésemos el sí quiero delante de la patrona. Yo soy católico a mi manera y me gustó la idea, me acordé de mi madre; ella siempre quiso verme casado por la iglesia.

Con el banquete tuvimos algunos desacuerdos porque mi querida novia, y ahora esposa, comparte parentesco con medio pueblo: tiene catorce tíos, treinta primos y un grupo de amigos tan extenso como su familia. Estoy seguro que si se presentara a la elecciones municipales ganaría por mayoría absoluta porque encima se lleva bien con todos. Hizo una lista de cuatrocientos invitados, pero a causa de la Covid-19 hubo que reducir considerablemente el número de asistentes al ágape.

Yo quería que nos casara el obispo de Solsona, pero no le dejaban oficiar matrimonios, así que vino un cura francés amigo mío y compañero de correrías de la época de Montpellier. El monaguillo fue un sobrino nieto de Ana, que montó un número maravilloso con la campanilla porque se emocionó y no dejaba de moverla a la hora de la consagración.
Los asistentes aplaudieron entusiasmados la ocurrencia del chiquillo y el cura le tuvo que dar una colleja para que parase.

Contratamos el convite en un restaurante con patio, con mesas que mantenían la distancia adecuada y sombrillas. Al final, fuimos casi cien personas: mi familia es pequeña, pero tan ruidosa como la de Ana. Fue una boda jaranera.

Acabé derrotado, pero feliz. El día fue muy intenso y para colmo contrataron a un DJ para el remate final de la fiesta; me hicieron bailar y todos se reían de mi exquisito sentido del ritmo: muevo las piernas con más energía que Pedro ‘el jotero’, sin embargo para los brazos no me alcanza la energía. Y es que me gusta aclarar que un hombre de verdad baila con las manos en los bolsillos, que eso de cortar el aire con las manos se lo dejo a bailaores flamencos y folclóricas.

Hubo pelotas para todos a pesar del calor. Hasta no hace muchos años, una boda sin pelotas y sin gambas parecía inconcebible en Yecla. Así que quise mantener la tradición. Encargamos seiscientas unidades, con caldo y con garbanzos y Salvador trajo de Cullera cinco cajas grandes de gambas rojas mediterráneas.

Mi sobrino André leyó un texto recordando a mis padres y consiguió emocionarme. El hijo de Ana me llamó padre; eso me pilló bebiendo y casi me atraganto. Me pidieron que dijera algunas palabras y me dirigí a los invitados con una sola frase, pero muy elocuente, primero en francés, luego en castellano pero con pronunciación yeclana. No recuerdo las palabras que dije, pero no aplaudió nadie…

Lo mejor fue la borrachera que se pilló un camarero que me llamaba todo el tiempo «camarada Mijailovich», levantando el puño izquierdo. Además, cada vez que aparecía con una bandeja llena de comida gritaba: ¡Arriba parias de la tierra! El metre intentó retirarlo, pero todos lo defendimos porque fue la atracción del banquete; mi sobrino tocó con el saxo la Marsellesa y el camarero se puso firme al grito de ¡viva la república! Las risas fueros constantes. Creo que fui el único monárquico del evento.

Yo quería que Saturno fuese nuestro padrino, pero no está permitida la entrada de los perros a la iglesia. En el restaurante le pusimos su buena ración de pelotas en un cuenco y compitió contra el tío menor de Ana; se comieron cada uno una docena de pelotas con garbanzos y después una fuente de natillas cada uno. Mi perro ganó la competición porque el tío Marcelo no pudo acabar con las natillas, tenia la cara roja y todos le pedían que parase: estaba a punto de un infarto, la cara y los ojos enrojecidos, sin apenas poder respirar. El perro estaba tan campante.

Todos los invitados apostaron, unos por el tío y otros por el perro, aquello parecía una subasta… Yo no aposté, aun sabiendo que Saturno ganaría. Al pobre hombre se lo llevaron al hospital y los hermanos y las cuñadas brindaban con champan por el triunfo de Saturno, que se pavoneaba triunfante entre los invitados moviendo su cola.

Debajo de nuestra mesa, junto a las piernas de mi suegra, la gata con un lazo blanco, elegante y orgullosa miraba el espectáculo horrorizada. Salvador cantó una habanera; este hombre está obsesionado con los temas marineros. El Panocha trajo de compañera a su nueva novia y no dejaron de reírse y de besarse todo el rato. Mi hermana fue nuestra madrina, encantada y sonriente, y el hijo de Ana, el padrino. Pedrito, que tiene una cámara de vídeo, se encargó de grabar todo el festejo, pero como le gusta experimentar, el resultado fue caótico.

Yo siempre advierto que, con dos pelotas, cuatro garbanzos y un poco de caldo me conformo.

pelotas garbanzos


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

En estas fiestas hemos comido pelotas tres días seguidos. Un día, celebramos la llegada de mi hermana; otro, el santo de Concha y, por último, el cumpleaños de Ana, que para colmo de yeclanía, cumple el 8 de diciembre. El atracón de pelotas me ha recordado al día de nuestra boda. No os lo había contado por discreción, pero en el verano pasado, coincidiendo con la visita de mi familia a Yecla, celebramos nuestro enlace matrimonial. Aprovechamos que hacía buen tiempo, que la gente estaba en la playa o en las casas de campo y que la prensa del corazón estaba de vacaciones.

Fue una ceremonia religiosa íntima donde solo asistieron los familiares más cercanos y el grupo de amigos de siempre. Nos casamos en la iglesia nueva aprovechando que la Virgen estaba en el pueblo. A Ana le hacía ilusión que nos diésemos el sí quiero delante de la patrona. Yo soy católico a mi manera y me gustó la idea, me acordé de mi madre; ella siempre quiso verme casado por la iglesia.

Con el banquete tuvimos algunos desacuerdos porque mi querida novia, y ahora esposa, comparte parentesco con medio pueblo: tiene catorce tíos, treinta primos y un grupo de amigos tan extenso como su familia. Estoy seguro que si se presentara a la elecciones municipales ganaría por mayoría absoluta porque encima se lleva bien con todos. Hizo una lista de cuatrocientos invitados, pero a causa de la Covid-19 hubo que reducir considerablemente el número de asistentes al ágape.

Yo quería que nos casara el obispo de Solsona, pero no le dejaban oficiar matrimonios, así que vino un cura francés amigo mío y compañero de correrías de la época de Montpellier. El monaguillo fue un sobrino nieto de Ana, que montó un número maravilloso con la campanilla porque se emocionó y no dejaba de moverla a la hora de la consagración.
Los asistentes aplaudieron entusiasmados la ocurrencia del chiquillo y el cura le tuvo que dar una colleja para que parase.

Contratamos el convite en un restaurante con patio, con mesas que mantenían la distancia adecuada y sombrillas. Al final, fuimos casi cien personas: mi familia es pequeña, pero tan ruidosa como la de Ana. Fue una boda jaranera.

Acabé derrotado, pero feliz. El día fue muy intenso y para colmo contrataron a un DJ para el remate final de la fiesta; me hicieron bailar y todos se reían de mi exquisito sentido del ritmo: muevo las piernas con más energía que Pedro ‘el jotero’, sin embargo para los brazos no me alcanza la energía. Y es que me gusta aclarar que un hombre de verdad baila con las manos en los bolsillos, que eso de cortar el aire con las manos se lo dejo a bailaores flamencos y folclóricas.

Hubo pelotas para todos a pesar del calor. Hasta no hace muchos años, una boda sin pelotas y sin gambas parecía inconcebible en Yecla. Así que quise mantener la tradición. Encargamos seiscientas unidades, con caldo y con garbanzos y Salvador trajo de Cullera cinco cajas grandes de gambas rojas mediterráneas.

Mi sobrino André leyó un texto recordando a mis padres y consiguió emocionarme. El hijo de Ana me llamó padre; eso me pilló bebiendo y casi me atraganto. Me pidieron que dijera algunas palabras y me dirigí a los invitados con una sola frase, pero muy elocuente, primero en francés, luego en castellano pero con pronunciación yeclana. No recuerdo las palabras que dije, pero no aplaudió nadie…

Lo mejor fue la borrachera que se pilló un camarero que me llamaba todo el tiempo «camarada Mijailovich», levantando el puño izquierdo. Además, cada vez que aparecía con una bandeja llena de comida gritaba: ¡Arriba parias de la tierra! El metre intentó retirarlo, pero todos lo defendimos porque fue la atracción del banquete; mi sobrino tocó con el saxo la Marsellesa y el camarero se puso firme al grito de ¡viva la república! Las risas fueros constantes. Creo que fui el único monárquico del evento.

Yo quería que Saturno fuese nuestro padrino, pero no está permitida la entrada de los perros a la iglesia. En el restaurante le pusimos su buena ración de pelotas en un cuenco y compitió contra el tío menor de Ana; se comieron cada uno una docena de pelotas con garbanzos y después una fuente de natillas cada uno. Mi perro ganó la competición porque el tío Marcelo no pudo acabar con las natillas, tenia la cara roja y todos le pedían que parase: estaba a punto de un infarto, la cara y los ojos enrojecidos, sin apenas poder respirar. El perro estaba tan campante.

Todos los invitados apostaron, unos por el tío y otros por el perro, aquello parecía una subasta… Yo no aposté, aun sabiendo que Saturno ganaría. Al pobre hombre se lo llevaron al hospital y los hermanos y las cuñadas brindaban con champan por el triunfo de Saturno, que se pavoneaba triunfante entre los invitados moviendo su cola.

Debajo de nuestra mesa, junto a las piernas de mi suegra, la gata con un lazo blanco, elegante y orgullosa miraba el espectáculo horrorizada. Salvador cantó una habanera; este hombre está obsesionado con los temas marineros. El Panocha trajo de compañera a su nueva novia y no dejaron de reírse y de besarse todo el rato. Mi hermana fue nuestra madrina, encantada y sonriente, y el hijo de Ana, el padrino. Pedrito, que tiene una cámara de vídeo, se encargó de grabar todo el festejo, pero como le gusta experimentar, el resultado fue caótico.

Yo siempre advierto que, con dos pelotas, cuatro garbanzos y un poco de caldo me conformo.

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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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2 COMENTARIOS

  1. Teo, sobre las pelotas algo sé. Mi madre era una campeona haciendo este manjar.
    Ahora ni se le asemejan. En una boda te ponen una pelota y ya no repito. Parece pan amasado. Cuándo llegué a comerme hasta diez pelotas caseras de las que hacían en mi casa.
    Un tío mío que vivía en Valencia, nos visitaba de año en año, solo quería pelotas, apenas garbanzos u otros, llegando a tener el récord familiar de diecinueve pelota. Bien es cierto que media uno ochenta y casi lo mismo de perímetro.
    Ahora una gran parte se compran las pelotas hechas. Hay unas pelotas que dicen que las traen de Pinoso que se le asemejan a las de antes, sin llegar a conseguirlo totalmente.
    Creo que existe un debate o lo mismo ya ni esto, sobre el amasar las pelotas con sangre. Esto al parecer no está recomendado vender pelotas con este ingrediente por no sé que historia de tipo sanitario. El caso que las pelotas han sufrido un degaste severo en cuanto a plato exquisito.
    Una lástima. Hubo un tiempo donde las bodas eran dos días de celebración. Un día casa del novio el otro en casa de la novia. Esto es casi antes del diluvio. Las pelotas, junto con las natillas caseras eran los platos estrella del convite junto al señor del acordeón…y los novios.

Teo Carpena
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