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🍁 jueves 12 diciembre 2024
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Sobre miedos propios y ajenos

El miedo es como el hambre, lo llevamos adherido a nuestro ADN y a nuestra alma. Sin él, acabaríamos con facilidad en las fauces de alguna fiera, cayendo por un precipicio o guerreando contra los dioses. Sin miedo seríamos indomables, pero frágiles y peligrosos. El miedo, el sueño y el hambre son los tres instintos más necesarios para la supervivencia; gracias a eso somos previsores, cautelosos y metódicos e inventamos las despensas, los candiles y la siesta.

Desde el principio de los tiempos, la oscuridad provocaba terror; imagino a los primeros humanos en noches oscuras vigilando los caminos, abrazados en grupo y escuchando sonidos irreconocibles que solo podían presagiar peligros. Ahora, después de tantos siglos de experiencia y con tanta tecnología a nuestro servicio, sigue asustándonos la oscuridad. Y es que la oscuridad no nos deja ver el mundo. Sin embargo, más allá de la la oscuridad nocturna, existe otra más profunda y aterradora: la oscuridad del alma o la ausencia de lucidez.

Tan necesario para vivir es el aire como la claridad. Y ante el miedo al más allá, el hombre inventó a Dios, pero al mismo tiempo apareció el temor a su poderío y a su invisibilidad.

El hombre teme lo que no ve, la vista es nuestra mejor arma de defensa, nos ayuda a anticiparnos a los peligros o a escapar. Dicen que una huida a tiempo es la mejor defensa; yo creo que una buena vista de lejos es mucho más eficaz. La clave está en la ocultación o en el camuflaje; solo los animales capaces de fundirse con el entorno sobreviven a los peligros.

Los miedos infantiles son el nido favorito para los prejuicios adultos.

Fui un niño muy miedoso y me gustaba que las puertas estuvieran cerradas, pues si quedaba entornada no podía dormirme pensando que alguien me podía vigilar a través de la apertura. En las paredes veía imágenes extrañas y si cerraba los ojos, personajes siniestros danzaban alrededor de mi cama; por eso, pasé noches enteras con los ojos bien abiertos.

Entre los miedos más comunes están:

  • El miedo a la sequía: que es un miedo ancestral y heredado que va unido al miedo a las tormentas con granizo; son dos miedos campesinos, ya que estos dos fenómenos pueden provocar la ruina.
  • El miedo al vacío: las personas que sufren de este mal necesitan llenar todos los espacios de cosas a las que agarrarse y atesoran objetos de manera desmedida. Imagino que a estos individuos también les debe asustar el silencio y llenan su vida de ruido; dicen que el ruido sirve de compañía.
  • El miedo a lo desconocido: ese ha perseguido desde el principio al hombre porque solo lo familiar nos da tranquilidad; pero para compensar, la naturaleza nos dotó de curiosidad y por eso nacieron aventureros valerosos que surcaron mares de peligros desconocidos, al igual que ahora otros exploran el universo en busca de respuestas.
  • El miedo al olvido: ese es un miedo muy actual, tememos olvidar las caras y los nombres de quienes amamos. Y dentro de ese miedo hay otro más cruel y es el de recuperar de vez en cuando la conciencia suficiente para recordar que el olvido se ha adueñado de tu vida.
  • El miedo al olvido de los demás: con este queda reflejada toda nuestra vanidad y se tambalean los pilares de nuestra confianza, porque podemos llegar a entender que después de la muerte se olviden de nosotros, pero que en vida, aquellas personas a las queremos no sean capaces de reconocernos, es como dejar de ser quienes fuimos.
  • El miedo a la soledad de los que tenemos cerca: el miedo a la soledad propia es un miedo asumido en muchos casos, pero reconocer que tenemos alguna persona a nuestro lado que se siente sola puede ser trágico, a la par que diría mucho de nuestra ceguera o de nuestra superficialidad.

Y finalmente están los miedos impuestos (por los demás), porque esos miedo son ortopédico, inventados por manipuladores y acaban afectándonos sin darnos cuenta.

Estos miedos no tiene cura fácil, nos los inoculan a diario disueltos en todo lo que nos gusta y nos lo tragamos sin rechistar. Algunos de ellos son: el miedo al robo, el miedo a la enfermedad, el miedo a la vejez, el miedo a la obesidad, el miedo a los extranjeros, el miedo al desgobierno, el miedo al caos o el miedo a la pobreza. Y con todos esos miedos nos venden con facilidad dietas alimenticias de calorías mínimas, estéticas artificiales, seguros de vida, terapias de rejuvenecimiento, fondos de pensiones especulativos, riquezas al alcance de nuestra ambición, medicinas milagrosas, muros enormes, falsos sueños de todos los colores y rebaños; esto es muy importante para calmar la desazón: pertenecer a un rebaño donde sentirnos seguros, y que a cambio nos ofrezca orden y ninguna disonancia.  

Pero de todos los miedos del mundo hay cuatro que comparto con Raymond Carver y poema «Miedo«:

Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a la confusión.

Y sobre todo, y este es mío y muy particular, miedo a quedarme ciego. Bienaventurados los que ven en la oscuridad, debería decir la última bienaventuranza.


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

El miedo es como el hambre, lo llevamos adherido a nuestro ADN y a nuestra alma. Sin él, acabaríamos con facilidad en las fauces de alguna fiera, cayendo por un precipicio o guerreando contra los dioses. Sin miedo seríamos indomables, pero frágiles y peligrosos. El miedo, el sueño y el hambre son los tres instintos más necesarios para la supervivencia; gracias a eso somos previsores, cautelosos y metódicos e inventamos las despensas, los candiles y la siesta.

Desde el principio de los tiempos, la oscuridad provocaba terror; imagino a los primeros humanos en noches oscuras vigilando los caminos, abrazados en grupo y escuchando sonidos irreconocibles que solo podían presagiar peligros. Ahora, después de tantos siglos de experiencia y con tanta tecnología a nuestro servicio, sigue asustándonos la oscuridad. Y es que la oscuridad no nos deja ver el mundo. Sin embargo, más allá de la la oscuridad nocturna, existe otra más profunda y aterradora: la oscuridad del alma o la ausencia de lucidez.

Tan necesario para vivir es el aire como la claridad. Y ante el miedo al más allá, el hombre inventó a Dios, pero al mismo tiempo apareció el temor a su poderío y a su invisibilidad.

El hombre teme lo que no ve, la vista es nuestra mejor arma de defensa, nos ayuda a anticiparnos a los peligros o a escapar. Dicen que una huida a tiempo es la mejor defensa; yo creo que una buena vista de lejos es mucho más eficaz. La clave está en la ocultación o en el camuflaje; solo los animales capaces de fundirse con el entorno sobreviven a los peligros.

Los miedos infantiles son el nido favorito para los prejuicios adultos.

Fui un niño muy miedoso y me gustaba que las puertas estuvieran cerradas, pues si quedaba entornada no podía dormirme pensando que alguien me podía vigilar a través de la apertura. En las paredes veía imágenes extrañas y si cerraba los ojos, personajes siniestros danzaban alrededor de mi cama; por eso, pasé noches enteras con los ojos bien abiertos.

Entre los miedos más comunes están:

  • El miedo a la sequía: que es un miedo ancestral y heredado que va unido al miedo a las tormentas con granizo; son dos miedos campesinos, ya que estos dos fenómenos pueden provocar la ruina.
  • El miedo al vacío: las personas que sufren de este mal necesitan llenar todos los espacios de cosas a las que agarrarse y atesoran objetos de manera desmedida. Imagino que a estos individuos también les debe asustar el silencio y llenan su vida de ruido; dicen que el ruido sirve de compañía.
  • El miedo a lo desconocido: ese ha perseguido desde el principio al hombre porque solo lo familiar nos da tranquilidad; pero para compensar, la naturaleza nos dotó de curiosidad y por eso nacieron aventureros valerosos que surcaron mares de peligros desconocidos, al igual que ahora otros exploran el universo en busca de respuestas.
  • El miedo al olvido: ese es un miedo muy actual, tememos olvidar las caras y los nombres de quienes amamos. Y dentro de ese miedo hay otro más cruel y es el de recuperar de vez en cuando la conciencia suficiente para recordar que el olvido se ha adueñado de tu vida.
  • El miedo al olvido de los demás: con este queda reflejada toda nuestra vanidad y se tambalean los pilares de nuestra confianza, porque podemos llegar a entender que después de la muerte se olviden de nosotros, pero que en vida, aquellas personas a las queremos no sean capaces de reconocernos, es como dejar de ser quienes fuimos.
  • El miedo a la soledad de los que tenemos cerca: el miedo a la soledad propia es un miedo asumido en muchos casos, pero reconocer que tenemos alguna persona a nuestro lado que se siente sola puede ser trágico, a la par que diría mucho de nuestra ceguera o de nuestra superficialidad.

Y finalmente están los miedos impuestos (por los demás), porque esos miedo son ortopédico, inventados por manipuladores y acaban afectándonos sin darnos cuenta.

Estos miedos no tiene cura fácil, nos los inoculan a diario disueltos en todo lo que nos gusta y nos lo tragamos sin rechistar. Algunos de ellos son: el miedo al robo, el miedo a la enfermedad, el miedo a la vejez, el miedo a la obesidad, el miedo a los extranjeros, el miedo al desgobierno, el miedo al caos o el miedo a la pobreza. Y con todos esos miedos nos venden con facilidad dietas alimenticias de calorías mínimas, estéticas artificiales, seguros de vida, terapias de rejuvenecimiento, fondos de pensiones especulativos, riquezas al alcance de nuestra ambición, medicinas milagrosas, muros enormes, falsos sueños de todos los colores y rebaños; esto es muy importante para calmar la desazón: pertenecer a un rebaño donde sentirnos seguros, y que a cambio nos ofrezca orden y ninguna disonancia.  

Pero de todos los miedos del mundo hay cuatro que comparto con Raymond Carver y poema «Miedo«:

Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a la confusión.

Y sobre todo, y este es mío y muy particular, miedo a quedarme ciego. Bienaventurados los que ven en la oscuridad, debería decir la última bienaventuranza.


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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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