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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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Muebles de Yecla en Marte

Ana es una vendedora espontánea; ha vendido de todo en este pueblo y en los mercadillos de la comarca. Ha ejercido el comercio por vocación desde niña. Nació en la calle San Cristóbal y allí ya comerciaba con los de su edad cambiando o vendiendo diademas, cromos, canicas o tirachinas; ha sido autónoma y emprendedora toda su vida. Hace unas semanas, la operaron de cataratas del ojo izquierdo. Me contó que cuando la sacaban en camilla del quirófano, recuperándose aún de la anestesia, le vendió un sofá de piel amarilla al camillero. Le pregunté que de dónde pensaba sacar ella el sofá amarillo y riéndose me contestó:

Querido, vivimos en el pueblo donde se fabrican casi la mitad de los sofás de toda Europa; ya verás como encontraré el sofá que este hombre necesita.

Ana está cerca de la edad de jubilación, pero tiene más energía que una chica de veinte años. Asegura que entiende el mundo del comercio como un juego y lo que más le gusta es la aventura de conseguir cosas que a la gente le resultan imposibles. Compra y vende con la misma soltura con la que camina, conoce a todo quisqui, saluda a la gente por la calle continuamente y tiene una relación cordial con el mundo. En eso nos complementamos, yo odio los saludos y me desagradan los humanos en general; a Ana le gusta el bullicio, a mí la soledad. Pero nos une y nos divierte la afición por la magia y por las historias fantásticas.

Al salir del hospital su entusiasmo era enternecedor.

—Veo los colores blancos mejor que nunca, el cielo está excesivamente iluminado, veo las caras de la gente con nitidez, leo las matriculas. —Y empezó a hablarme de las posibles fábricas de tapizados que visitaría al día siguiente para conseguir el sofá del camillero.

—Cariño, eres una vendedora natural, yo creo que serías capaz de vender arena en el desierto o muebles a un marciano que…

—Calla, ¿qué has dicho? —Me quedé pensando en si habría dicho alguna impertinencia y le respondí con cierta precaución:

—He dicho que serías capaz de vender arena en el desierto.

—No, después de eso, lo otro —y miraba al vació muy concentrada.

—Que serias capaz de vender muebles a un marciano.

—¡Eso es! Muebles para marcianos; o tapizados y colchones ¡para los terrícolas que se instalen en Marte! —No entendía muy bien, pero ella me lo aclaró:

—En Yecla, hay cientos de fabricantes, podríamos amueblar todas las futuras instalaciones marcianas —y como me parecía una broma decidí darle carrete:

—¿Qué tipo de madera podría funcionar mejor en ese clima? Y las telas de los sofás, ¿con estampados de flores o con dibujos geométricos? ¿Muebles rústicos o modernos? Y los colchones, ¿de qué tamaño, de matrimonio o individuales?

—Individuales de 90 centímetros, de viscoelástica, que para eso inventó la NASA ese material. Y con almohadas de plumas, que pesan menos. Los tapizados, de estampados florales verdes y azules, porque allí es todo rojo y necesitan colores complementarios; los muebles minimalistas y de roble macizo. Aunque la de abeto o la de chopo son más ligeras. Y eso es importante si pensamos en el transporte.

—A ver, Ana ¿estás hablando en serio? —le dije sorprendido.

—Pues claro que sí, ¿tú no? Ese es el negocio del futuro, un nuevo mercado. Necesitamos información sobre las próximas expediciones a nuestro hermano planeta, porque en la siguiente nave debe ir incluido un gran panel publicitario —y levantaba las manos como si lo estuviese rotulando en el aire: “Colchones y tapizados de Yecla o señores marcianos, los muebles siempre yeclanos”, añadió. 

Me costaba trabajo creer que hablaba en serio y lancé una pregunta al azar:

—¿Y los transportes cómo se realizarían?

—Buena pregunta cariño, pero ya estoy pensando en ello. Hay que adelantarse a los grandes monopolios, tiene que ser una empresa de transportes yeclana —y nuevamente levantó los brazos para dibujar en el aire el nombre de la empresa de transportes: «Yeclazon, servicio de entrega a domicilio. Yecla-Marte en 24 horas».

—¿Querrás decir de la Tierra a Marte?

—No, directamente desde Yecla. Ni Murcia ni España ni Europa. Yecla será el centro de distribución del universo; montaremos una estación espacial en el Cerrico de la Fuente.

Y como vi que estaba embalada y le rezumaba por los poros esa yeclanía imperial típica, le hice una nueva pregunta arriesgada:

—¿Será el grafeno el material utilizado para construir los cohetes y las naves?

—No —no dudó ni una décima de segundo en responder. Fue nombrar la palabra grafeno y saltó como una espoleta. —El grafeno ya se ha quedado anticuado, no sirve para muebles ni para maquinaria. Montaremos una agencia de investigación de nuevos materiales. He oído hablar del borofeno, que es un superconductor y el material más ligero posible. También se está experimentando con el germaneno, el estaneno y el siliceno. En unos años, los cohetes serán baratos, rápidos y resistentes a los rayos solares; además van a traer de Marte nuevos minerales y conseguiremos crear motores capaces de hacer la travesía interplanetaria en menos de diez horas, será como ir ahora de Yecla a La Coruña.

Ya os lo dije, a entusiasmo no gana nadie a mi novia.

En la puerta de la farmacia nos encontramos con unas primas suyas y empezaron a contarse cosas a gritos, a preguntarse por las madres y la conversación de Marte quedó cerrada, o eso creía yo. La he visto vender una cabra vieja a unos de Barcelona con el argumento de que era el animal más catalán de la fauna mundial. Con su simpatía y su entusiasmo es capaz de vender cualquier cosa a cualquier persona.

La tarde fue tranquila, estuvimos disfrutando de la floración de los almendros, repetía que nunca había visto con tanta claridad el blanco de estas flores y quedó embobada hasta que la luz de la tarde se acabó; nos acostamos temprano. El silencio de anoche fue sorprendente, porque siempre suele haber algún imbécil que lo rompe con gritos o con música horrorosa.

Amaneció mas enérgica que el día anterior y ahí descubrí que la anestesia no tenia nada que ver, que ella misma debe segregar esa sustancia que la mantiene con una actividad frenética y decidió llamar a mi hermana en Francia porque le conté que Jeanne tiene un amigo que trabaja en la agencia espacial francesa, el CNES (Centre National d’Études Spatiales). Le ha explicado el proyecto con tal convencimiento que la otra ha decidido comprar acciones de la empresa si es necesario. Después ha llamado al Panocha y le ha nombrado corresponsal; así, sin dudar ni un minuto y en diferido, a través de la pantalla de su teléfono:

—Eres desde hoy el encargado de localizar al responsable comercial de la NASA para preparar una reunión por vídeollamada con él.

Ana habla un poco de francés, pero dice que yo seré el traductor con las organizaciones espaciales francófonas. El Panocha, que vivió una temporada en Dublín aprendiendo ingles, será el encargado de traducir los textos en ese idioma. A Pedrito lo ha liado para que estudie chino, y yo no puedo dormir pensando que estamos empezando a delirar como con el tema de la Operación Grafeno; ya no os conté cómo acabó esa historia, lo haré en otro momento porque la de ahora tampoco tiene desperdicio.

En cuanto se ha enterado Salvador de la nueva aventura se ha presentado con su ruidosa motocicleta revindicando un puesto en este asunto; y lo gracioso es que Ana le ha respondido con una seguridad pasmosa:

—¡Pues claro que sí, amigo, tú serás el encargado de repoblar Marte con almendros y melocotoneros!

“No te dejes embaucar, Teo”, me dijeron el otro día unos amigos, pero el amor es lo que tiene, les contesté .Y sobre todo el empuje de esta mujer que es capaz de mover un tren de mercancías con la fuerza de su pensamiento. Por cierto, acaba de entregar el sofá de piel amarilla; es muy elegante y el camillero se ha puesto muy feliz.


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Ana es una vendedora espontánea; ha vendido de todo en este pueblo y en los mercadillos de la comarca. Ha ejercido el comercio por vocación desde niña. Nació en la calle San Cristóbal y allí ya comerciaba con los de su edad cambiando o vendiendo diademas, cromos, canicas o tirachinas; ha sido autónoma y emprendedora toda su vida. Hace unas semanas, la operaron de cataratas del ojo izquierdo. Me contó que cuando la sacaban en camilla del quirófano, recuperándose aún de la anestesia, le vendió un sofá de piel amarilla al camillero. Le pregunté que de dónde pensaba sacar ella el sofá amarillo y riéndose me contestó:

Querido, vivimos en el pueblo donde se fabrican casi la mitad de los sofás de toda Europa; ya verás como encontraré el sofá que este hombre necesita.

Ana está cerca de la edad de jubilación, pero tiene más energía que una chica de veinte años. Asegura que entiende el mundo del comercio como un juego y lo que más le gusta es la aventura de conseguir cosas que a la gente le resultan imposibles. Compra y vende con la misma soltura con la que camina, conoce a todo quisqui, saluda a la gente por la calle continuamente y tiene una relación cordial con el mundo. En eso nos complementamos, yo odio los saludos y me desagradan los humanos en general; a Ana le gusta el bullicio, a mí la soledad. Pero nos une y nos divierte la afición por la magia y por las historias fantásticas.

Al salir del hospital su entusiasmo era enternecedor.

—Veo los colores blancos mejor que nunca, el cielo está excesivamente iluminado, veo las caras de la gente con nitidez, leo las matriculas. —Y empezó a hablarme de las posibles fábricas de tapizados que visitaría al día siguiente para conseguir el sofá del camillero.

—Cariño, eres una vendedora natural, yo creo que serías capaz de vender arena en el desierto o muebles a un marciano que…

—Calla, ¿qué has dicho? —Me quedé pensando en si habría dicho alguna impertinencia y le respondí con cierta precaución:

—He dicho que serías capaz de vender arena en el desierto.

—No, después de eso, lo otro —y miraba al vació muy concentrada.

—Que serias capaz de vender muebles a un marciano.

—¡Eso es! Muebles para marcianos; o tapizados y colchones ¡para los terrícolas que se instalen en Marte! —No entendía muy bien, pero ella me lo aclaró:

—En Yecla, hay cientos de fabricantes, podríamos amueblar todas las futuras instalaciones marcianas —y como me parecía una broma decidí darle carrete:

—¿Qué tipo de madera podría funcionar mejor en ese clima? Y las telas de los sofás, ¿con estampados de flores o con dibujos geométricos? ¿Muebles rústicos o modernos? Y los colchones, ¿de qué tamaño, de matrimonio o individuales?

—Individuales de 90 centímetros, de viscoelástica, que para eso inventó la NASA ese material. Y con almohadas de plumas, que pesan menos. Los tapizados, de estampados florales verdes y azules, porque allí es todo rojo y necesitan colores complementarios; los muebles minimalistas y de roble macizo. Aunque la de abeto o la de chopo son más ligeras. Y eso es importante si pensamos en el transporte.

—A ver, Ana ¿estás hablando en serio? —le dije sorprendido.

—Pues claro que sí, ¿tú no? Ese es el negocio del futuro, un nuevo mercado. Necesitamos información sobre las próximas expediciones a nuestro hermano planeta, porque en la siguiente nave debe ir incluido un gran panel publicitario —y levantaba las manos como si lo estuviese rotulando en el aire: “Colchones y tapizados de Yecla o señores marcianos, los muebles siempre yeclanos”, añadió. 

Me costaba trabajo creer que hablaba en serio y lancé una pregunta al azar:

—¿Y los transportes cómo se realizarían?

—Buena pregunta cariño, pero ya estoy pensando en ello. Hay que adelantarse a los grandes monopolios, tiene que ser una empresa de transportes yeclana —y nuevamente levantó los brazos para dibujar en el aire el nombre de la empresa de transportes: «Yeclazon, servicio de entrega a domicilio. Yecla-Marte en 24 horas».

—¿Querrás decir de la Tierra a Marte?

—No, directamente desde Yecla. Ni Murcia ni España ni Europa. Yecla será el centro de distribución del universo; montaremos una estación espacial en el Cerrico de la Fuente.

Y como vi que estaba embalada y le rezumaba por los poros esa yeclanía imperial típica, le hice una nueva pregunta arriesgada:

—¿Será el grafeno el material utilizado para construir los cohetes y las naves?

—No —no dudó ni una décima de segundo en responder. Fue nombrar la palabra grafeno y saltó como una espoleta. —El grafeno ya se ha quedado anticuado, no sirve para muebles ni para maquinaria. Montaremos una agencia de investigación de nuevos materiales. He oído hablar del borofeno, que es un superconductor y el material más ligero posible. También se está experimentando con el germaneno, el estaneno y el siliceno. En unos años, los cohetes serán baratos, rápidos y resistentes a los rayos solares; además van a traer de Marte nuevos minerales y conseguiremos crear motores capaces de hacer la travesía interplanetaria en menos de diez horas, será como ir ahora de Yecla a La Coruña.

Ya os lo dije, a entusiasmo no gana nadie a mi novia.

En la puerta de la farmacia nos encontramos con unas primas suyas y empezaron a contarse cosas a gritos, a preguntarse por las madres y la conversación de Marte quedó cerrada, o eso creía yo. La he visto vender una cabra vieja a unos de Barcelona con el argumento de que era el animal más catalán de la fauna mundial. Con su simpatía y su entusiasmo es capaz de vender cualquier cosa a cualquier persona.

La tarde fue tranquila, estuvimos disfrutando de la floración de los almendros, repetía que nunca había visto con tanta claridad el blanco de estas flores y quedó embobada hasta que la luz de la tarde se acabó; nos acostamos temprano. El silencio de anoche fue sorprendente, porque siempre suele haber algún imbécil que lo rompe con gritos o con música horrorosa.

Amaneció mas enérgica que el día anterior y ahí descubrí que la anestesia no tenia nada que ver, que ella misma debe segregar esa sustancia que la mantiene con una actividad frenética y decidió llamar a mi hermana en Francia porque le conté que Jeanne tiene un amigo que trabaja en la agencia espacial francesa, el CNES (Centre National d’Études Spatiales). Le ha explicado el proyecto con tal convencimiento que la otra ha decidido comprar acciones de la empresa si es necesario. Después ha llamado al Panocha y le ha nombrado corresponsal; así, sin dudar ni un minuto y en diferido, a través de la pantalla de su teléfono:

—Eres desde hoy el encargado de localizar al responsable comercial de la NASA para preparar una reunión por vídeollamada con él.

Ana habla un poco de francés, pero dice que yo seré el traductor con las organizaciones espaciales francófonas. El Panocha, que vivió una temporada en Dublín aprendiendo ingles, será el encargado de traducir los textos en ese idioma. A Pedrito lo ha liado para que estudie chino, y yo no puedo dormir pensando que estamos empezando a delirar como con el tema de la Operación Grafeno; ya no os conté cómo acabó esa historia, lo haré en otro momento porque la de ahora tampoco tiene desperdicio.

En cuanto se ha enterado Salvador de la nueva aventura se ha presentado con su ruidosa motocicleta revindicando un puesto en este asunto; y lo gracioso es que Ana le ha respondido con una seguridad pasmosa:

—¡Pues claro que sí, amigo, tú serás el encargado de repoblar Marte con almendros y melocotoneros!

“No te dejes embaucar, Teo”, me dijeron el otro día unos amigos, pero el amor es lo que tiene, les contesté .Y sobre todo el empuje de esta mujer que es capaz de mover un tren de mercancías con la fuerza de su pensamiento. Por cierto, acaba de entregar el sofá de piel amarilla; es muy elegante y el camillero se ha puesto muy feliz.


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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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3 COMENTARIOS

  1. Muy bien Teo. Que Ana naciera en la calle San Cristóbal confluencia con la calle Jabonería ya es un puntazo. Gentes despiertas, humildes, luchadoras, decentes…
    Con la operación de cataratas no te sacan en camilla como mucho en sillas de ruedas por lo tanto la venta del sofá no fue al camillero sino al celador. ¿O el de la camilla también es un celador? Es igual, lo mismo salió andando.
    El caso es que Ana al estar un tanto conmocionada por la anestesia y una venta que no esperaba, le llevó a la confusión, el celador le dijo; me puedes llevar el sofá el «martes» entendiendo Ana que la venta había que servirla en el planeta Marte.
    Al final el sofá se llevó el «miércoles».

Teo Carpena
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