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🍁 miércoles 11 diciembre 2024
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El conservador (queso frito)

De todos los manjares del planeta, me quedo con el queso frito con tomate y pimientos verdes. Soy un hombre conservador y los cambios radicales me producen dolor de cabeza, desconfianza y mucha desazón.

Lo tradicional me tranquiliza porque sé cómo funciona. Mis amigos dicen que soy un maniático, pero a mí me parece que el mundo se desploma y todos los que me rodean están en continuo cambio. El Panocha asegura ahora que el mundo es líquido y yo le respondo que lo único líquido es su cerebro.

Ayer vinieron a cenar a casa el grupo de siempre.

Nada más llegar, Pedrito nos dijo que en adelante le llamemos Peter, que se va a hacer inversionista y va a comprar bitcoins. Nos soltó una retahíla sobre las monedas virtuales y sobre la nueva economía, sobre tecnología y sobre realidad virtual; nos quería convencer sobre las virtudes de la globalización y argumentaba con entusiasmo las posibilidades de negocios a través de Internet…

—¡Para, para, para! —me estaba volviendo loco con tantas palabrería que no entiendo y con tanto artificio—. ¿Pero tú has estudiado economía o tienes experiencia en bolsa o en otros negocios?
—No, pero he leído unos artículos buenísimos y un libro sobre criptomonedas.
—Cuando tienes que leer un libro para entender el funcionamiento de una cosa es que la cosa tiene trampa. ¿No te das cuenta de que detrás de esos negocios están los mismos sinvergüenzas de siempre y que es una forma antigua de estafa o de dominio, pero con ínfulas de modernidad? Además, ¿de donde vas a sacar el dinero?

Nos aclaró que como le va a tocar el gordo de la lotería de Navidad, podrá comprar bitcoins e invertir en un fondo de no sé qué. Salvó la situación mi vecino Pelayo, que entró en ese momento con un jamón que me ha traído de Jabugo porque estuvo de caza en la sierra de Aracena el fin de semana pasado.

—Esto sí que es una buena inversión —dije mirando a mi amigo el inversor.

Al rato llegó el Panocha contando que le han propuesto como candidato para las próximas elecciones municipales en el segundo puesto. Siendo el partido que es, casi seguro que sale; le han prometido la concejalía de Urbanismo y nos hemos echado las manos a la cabeza: «No seas loco, que en política te van a liar, que para eso hay que tener un carácter especial y tu no eres un trepa», le advirtió Salvador, pero él dice que está dispuesto a quitarle el puesto al presidente de la comunidad murciana.

Salvador ha venido muy contento con un papel que confirma su jubilación, pero dice que se va un mes a Cullera a ayudar a un amigo pescador en la temporada del marisco. Y va y se marca una disertación sobre la gamba roja del Mediterráneo. Dice que le habría gustado ser pescador y tener su propio barco y me quedo perplejo: el hombre más terrenal que conozco tiene vocación de marinera.

—¿Se lo has dicho a Concha?
—Todavía no, pero solo son cuatro semanas.
—Si no es por el tiempo, es por los peligros que vas a correr .
—No seas alarmista Teodoro, mucho más peligroso es podar cepas en invierno o subirse a las oliveras.
—¿Pero tú has navegado alguna vez ?
—En un barco de pesca no, pero hicimos un crucero hace varios años.
—Tengo un manual de marinería, si quieres te lo dejo.
—Me vendría muy bien— respondió sin entender la ironía.

Ana llegó eufórica, diciendo que tenía que contarnos una cosa importante y tuve una subida espontánea de fiebre.

Menos mal que no es todo malo: mi hermana Sophie se ha quedado embarazada, mi sobrino André y su grupo están grabado un disco de punk francés y asegura que están en conversaciones con el ayuntamiento de Yecla para venir a actuar en la plaza de toros. Y la noticia más llamativa de todas: mi hermana Jeanne se separa del mastuerzo de su marido. He abierto una botella de champán y ella otra y a través de videoconferencia hemos brindado por su liberación, pero entonces me ha dicho que se viene a vivir a Yecla y casi me atraganto.

—¿Cómo?, pero si tu eres más francesa que la marsellesa—. La adoro, pero es cantarina, pegajosa y le gusta mandar. Además, dice que de momento viene a mi casa y eso precisamente es lo que me preocupa, que Ana y ella juntas pueden convertir la casa en un jolgorio permanente, cada vez que se juntan se dedican a escuchar canciones de los ochenta y se las cantan y se las bailan todas.

Y Ana, con los ojos encendidos por el entusiasmo, cuenta que están pensando en montar entre las dos un restaurante francés en el pueblo.

—¿Un restaurante francés en el pueblo? Eso es una locura, por aquí son de morcillas, gachasmigas y poco más.
—Que no, que tú no conoces a la gente joven y refinada de por aquí, que son muy cosmopolitas y de paladar fino y vamos a traer vinos franceses…
—¿Vinos franceses en Yecla? ¡Eso es un desatino enorme!
—Sí y junto al restaurante podríamos montar también una patisserie, una boutique de chocolat y una floristería que podrías atender tú para que no te aburras.
—¡Pero si yo no me aburro!
—Tú deja que nosotras lo organicemos y verás qué bien lo vamos a pasar.

Lo dicho, el dolor de cabeza que me producen los cambios es insoportable. Todos daban saltos de alegría y propusieron nombres estrafalarios para el negocio. Eso sí, en cuanto saqué una hermosas fuente de queso frito con tomate y olieron el vino, todo se normalizó.

Concha nos regaló un mantel florido, lo estrenamos anoche y dice que así deberían ser los manteles del restaurante francés.
Creo que estoy enloqueciendo, me pareció que Saturno se estaba riendo.

queso-frito


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

De todos los manjares del planeta, me quedo con el queso frito con tomate y pimientos verdes. Soy un hombre conservador y los cambios radicales me producen dolor de cabeza, desconfianza y mucha desazón.

Lo tradicional me tranquiliza porque sé cómo funciona. Mis amigos dicen que soy un maniático, pero a mí me parece que el mundo se desploma y todos los que me rodean están en continuo cambio. El Panocha asegura ahora que el mundo es líquido y yo le respondo que lo único líquido es su cerebro.

Ayer vinieron a cenar a casa el grupo de siempre.

Nada más llegar, Pedrito nos dijo que en adelante le llamemos Peter, que se va a hacer inversionista y va a comprar bitcoins. Nos soltó una retahíla sobre las monedas virtuales y sobre la nueva economía, sobre tecnología y sobre realidad virtual; nos quería convencer sobre las virtudes de la globalización y argumentaba con entusiasmo las posibilidades de negocios a través de Internet…

—¡Para, para, para! —me estaba volviendo loco con tantas palabrería que no entiendo y con tanto artificio—. ¿Pero tú has estudiado economía o tienes experiencia en bolsa o en otros negocios?
—No, pero he leído unos artículos buenísimos y un libro sobre criptomonedas.
—Cuando tienes que leer un libro para entender el funcionamiento de una cosa es que la cosa tiene trampa. ¿No te das cuenta de que detrás de esos negocios están los mismos sinvergüenzas de siempre y que es una forma antigua de estafa o de dominio, pero con ínfulas de modernidad? Además, ¿de donde vas a sacar el dinero?

Nos aclaró que como le va a tocar el gordo de la lotería de Navidad, podrá comprar bitcoins e invertir en un fondo de no sé qué. Salvó la situación mi vecino Pelayo, que entró en ese momento con un jamón que me ha traído de Jabugo porque estuvo de caza en la sierra de Aracena el fin de semana pasado.

—Esto sí que es una buena inversión —dije mirando a mi amigo el inversor.

Al rato llegó el Panocha contando que le han propuesto como candidato para las próximas elecciones municipales en el segundo puesto. Siendo el partido que es, casi seguro que sale; le han prometido la concejalía de Urbanismo y nos hemos echado las manos a la cabeza: «No seas loco, que en política te van a liar, que para eso hay que tener un carácter especial y tu no eres un trepa», le advirtió Salvador, pero él dice que está dispuesto a quitarle el puesto al presidente de la comunidad murciana.

Salvador ha venido muy contento con un papel que confirma su jubilación, pero dice que se va un mes a Cullera a ayudar a un amigo pescador en la temporada del marisco. Y va y se marca una disertación sobre la gamba roja del Mediterráneo. Dice que le habría gustado ser pescador y tener su propio barco y me quedo perplejo: el hombre más terrenal que conozco tiene vocación de marinera.

—¿Se lo has dicho a Concha?
—Todavía no, pero solo son cuatro semanas.
—Si no es por el tiempo, es por los peligros que vas a correr .
—No seas alarmista Teodoro, mucho más peligroso es podar cepas en invierno o subirse a las oliveras.
—¿Pero tú has navegado alguna vez ?
—En un barco de pesca no, pero hicimos un crucero hace varios años.
—Tengo un manual de marinería, si quieres te lo dejo.
—Me vendría muy bien— respondió sin entender la ironía.

Ana llegó eufórica, diciendo que tenía que contarnos una cosa importante y tuve una subida espontánea de fiebre.

Menos mal que no es todo malo: mi hermana Sophie se ha quedado embarazada, mi sobrino André y su grupo están grabado un disco de punk francés y asegura que están en conversaciones con el ayuntamiento de Yecla para venir a actuar en la plaza de toros. Y la noticia más llamativa de todas: mi hermana Jeanne se separa del mastuerzo de su marido. He abierto una botella de champán y ella otra y a través de videoconferencia hemos brindado por su liberación, pero entonces me ha dicho que se viene a vivir a Yecla y casi me atraganto.

—¿Cómo?, pero si tu eres más francesa que la marsellesa—. La adoro, pero es cantarina, pegajosa y le gusta mandar. Además, dice que de momento viene a mi casa y eso precisamente es lo que me preocupa, que Ana y ella juntas pueden convertir la casa en un jolgorio permanente, cada vez que se juntan se dedican a escuchar canciones de los ochenta y se las cantan y se las bailan todas.

Y Ana, con los ojos encendidos por el entusiasmo, cuenta que están pensando en montar entre las dos un restaurante francés en el pueblo.

—¿Un restaurante francés en el pueblo? Eso es una locura, por aquí son de morcillas, gachasmigas y poco más.
—Que no, que tú no conoces a la gente joven y refinada de por aquí, que son muy cosmopolitas y de paladar fino y vamos a traer vinos franceses…
—¿Vinos franceses en Yecla? ¡Eso es un desatino enorme!
—Sí y junto al restaurante podríamos montar también una patisserie, una boutique de chocolat y una floristería que podrías atender tú para que no te aburras.
—¡Pero si yo no me aburro!
—Tú deja que nosotras lo organicemos y verás qué bien lo vamos a pasar.

Lo dicho, el dolor de cabeza que me producen los cambios es insoportable. Todos daban saltos de alegría y propusieron nombres estrafalarios para el negocio. Eso sí, en cuanto saqué una hermosas fuente de queso frito con tomate y olieron el vino, todo se normalizó.

Concha nos regaló un mantel florido, lo estrenamos anoche y dice que así deberían ser los manteles del restaurante francés.
Creo que estoy enloqueciendo, me pareció que Saturno se estaba riendo.

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