Anoche apareció mi madre contentísima de la mano de Sean Connery; creí que eran espectros o una pesadilla, pero Ana me aclaró que estábamos despiertos.
—Cariño, esto no es una alucinación, veo lo mismo que tú.
Llegaron en un R5 antiguo de color gis y con matrícula de Orense; cuando la vi salir del coche, me dio un vuelco el corazón y me alegré, pero era muy extraño, mi madre murió hace doce años. Yo tiritaba de frío y de emoción en la puerta, viéndolos acercarse. Ella iba radiante de felicidad de la mano del actor. De hecho, ni me miraba, solo tenia ojos para el escocés. Eso me molestó y lo notó en mi cara.
—¡Hijo, que rígido has sido siempre, alegra esa cara y ven a darme un beso!
—Madre, yo pensaba que estarías en el cielo con papá.
—Uy, qué poco me quieres. Tu padre es muy aburrido, lo vi el otro día en una taberna inmunda jugando al truque; malgasta su segunda vida jugando a las cartas con los amigotes.
—Pero, ¿estáis en el cielo o en el infierno?
—Ves lo que te dije —se dirigió a Sean—, es demasiado hermético y un dogmático de libro.
—¿Dogmático yo? Si por aquí me llaman equidistante… pero cuéntame, ¿dónde habitáis ahora: en el purgatorio, en el limbo o en el tránsito?
—En otra dimensión, hijo, eso del cielo y del infierno es cosa de los antiguos o de fundamentalistas; ahora cada uno vive en lo que fantaseó en vida: algunos se quedan en la mierda, otros ofendiéndose continuamente, mientras que los fantasiosos hacemos realidad nuestros sueños. Así que ya ves, aquí me tienes con mi amigo.
—¿Eres amiga o amante del actor?
—No soy su amante, soy su amada; por cierto, no es solo actor, es el agente 007. —Ignoré esa aclaración, pues me importaba un pepino.
—¿Has visto en esa otra dimensión a tus padres o al abuelo Teodoro? ¿Sabes algo de ellos?
—No he visto a nadie de Yecla porque dicen que los mandan a un sitio donde hace mucho aire y los llaman extranjeros; y ya sabes que a mí el aire me pone de muy mala leche. A tu abuelo sí que lo vi un día, estaba abrazando a una pelirroja de curvas prominentes, y no sé qué le estaría diciendo al oído, pero ella se reía a carcajadas. ¡Suegrooo!, le grité. Apenas me miró para decirme «¡adiós guapa!». Ahora como es un dandy se dedica a coquetear con chicas jóvenes, y dice que se siente mejor que nunca.
—¿Y a los amigos franceses?
—Los chovinistas viven en unas parcelas que nadie puede atravesar y los nacionalistas habitan en el limbo, o eso me dijo un catalanista que se dirigía allí y que gritaba furioso «¡independencia, independencia!»
—¿Y Dios qué dice de todo esto?
—No lo sé, por allí no ha aparecido ni su majestad Satánica ni Jehová ni Yahvé ni los ángeles.
—¿Y la Virgen María y los santos?
—Una morenita vestida de azul que dice venir de Palestina deambula por allí buscando a su hijo, pero yo creo que no es María; y si es ella, está muy desmejorada. De los santos, ni rastro.
—¿Has visto a Juliette?
—Sí, estaba junto a una fuente, me mandó recuerdos para ti. Iba de la mano de D’Artagnan y acompañada de tres espadachines.
—Normal, tenía debilidad por los mosqueteros; estarían bailando, seguro.
—Claro, hijo, es que tú no has bailado nunca y ahora ella disfruta de lo lindo con guapos galanes. Me dijo que se alegra muchísimo de tu relación con Ana, que a ver si así se te endulza un poco el carácter. Pero a lo que íbamos, que le he hablado mucho de ti y de Yecla a Bond, James Bond.
—Eso está muy bien, pero ¿qué hacéis aquí? Quiero decir, en esta dimensión, en la Tierra y en Yecla, concretamente.
—Pues muy sencillo, estábamos de paso y mi amado ha querido conocerte, ver el pueblo y probar el vino de varias bodegas locales, porque donde estamos no hay ni una gota de alcohol.
—Déjame Isabel, yo se lo cuento al chaval —intervino Connery.
—A mí no me llame usted chaval.
—Tiene razón tu madre, pareces un burócrata soviético.
—Al grano, que es muy tarde. ¿Qué me tiene que decir usted? —Noté la mano de Ana tranquilizándome.
—He vuelto porque quiero volver a ser el agente 007, que el actual se ha hecho mayor y antes de que elijan a algún afeminado quiero ofrecerme a Su Majestad para que James Bond siga siendo la representación del HOMBRE —así, con mayúsculas—, y tu querida madre quiere conocer el mundo del espionaje y del cine. Le voy a presentar a Kim Basinger y a Monica Bellucci. —En ese momento, se me iluminaron los ojos con brillo de picardía: son dos de mis mitos eróticos.
—Sí hijo, quiero conocer ese mundo de glamour y quiero viajar. Quiero que Sean conozca el pueblo, la virgen del Castillo y pruebe las pelotas. —Se me escapó una sonrisa maliciosa y Ana me dio una patada por debajo de la mesa—. De aquí vamos a Francia para presentarle a tus hermanas, después vamos a Edimburgo a conocer la casa donde nació mi amado y desde allí a Londres para hablar con mi tocaya.
—A ver si me entero, ¿llamas a Isabel II, reina del Imperio Británico, tu tocaya? Estáis viejos y muertos o, al menos, en otra dimensión, ¿quién os va a querer contratar?
—Un hombre siempre es un hombre, no te confundas; y un súper agente tiene que ser un tío de verdad, como mi Connery. Está rejuveneciendo y además ya veras el bombazo informativo: ¡El auténtico James Bond ha resucitado, vuelve para salvar al imperio y a su Majestad! Podemos darle la primicia al periódico ese en el que escribes tus relatos.
—Pero madre, el actual 007 lo hace muy bien —dije yo, pero ella saltó como una espoleta.
—¡Hijo, no vas a comparar!
—No, yo no comparo, pero ahora el sentido de la masculinidad ha cambiado mucho.
—Eso es un cuento, un hombre siempre será un hombre —y Ana asiente; dos mujeres de distinta generación de acuerdo en ese tema, no entiendo nada.
—¿Quieres tomar algo mamá? ¿Y usted, señor Conenry, o le tengo que llamar padre?
—No hombre, no. Llámame Bond, James Bond. Por cierto, ¿tienes whisky?
—Sí, pero de las destilerías segovianas.
—Me vale —contestó. En verdad, tengo whisky escocés, pero por mis huevos que este bebe producto nacional. Y tanto que bebió, se sopló la botella en menos de media hora.
—Hijo, 007 tiene curiosidad por conocer la Región de Murcia y habíamos pensado que vosotros podríais hacer de guías porque quiere proponer que el nuevo episodio del agente secreto se desarrolle por estos lares. Por ejemplo, podría tener una misión secreta cerca del Arabí o pillar a unos traficantes de joyas arqueológicas.
—Pero primero tendrán que contratarlo; aunque una misión yeclana no me parece comercial.
—¡Qué rigidez Teo, eso lo decidirán los guionistas! Tú podrías aportar ideas y, sobre todo, ayudar con las localizaciones. Es más, Ana podría hacer de chica Bond.
A Ana se le iluminaron los ojos, le gustó la idea; y el británico, muy astuto, se dio cuenta. Ya se sabe que el puñetero actor es un seductor incorregible.
—Mi contratación es inminente Teodoro. Hoy estamos cansados y después de tantas emociones necesitamos descansar. Mañana desayunamos juntos y os cuento. —El escocés se levantó de golpe y mi madre le siguió con una docilidad que nunca había visto en ella.
Les ofrecimos el cuarto de invitados para que pernoctaran y mi madre con una sonrisa picarona me dijo que tenían habitación reservada en un hotel yeclano.
Yo estaba muy confundido y harto, pero necesitaba dormir.
Saturno y Alba, que no los he nombrado, pasaron toda la tarde mirando a Sean Connery embobados. Saturno parecía un perro de porcelana. Hemos visto juntos todas las películas de 007. La gata ronroneaba junto a los pies de mi madre y de vez en cuando iba y venía desconcertada de la cocina a la sala.
Ana ya está pensando en el nombre para la película y en la misión secreta; me enternece su entusiasmo. Apagamos la luz y la abracé. La gata y el perro corretean en el piso de abajo.
Al despertar esta mañana, Ana estaba poseída de un optimismo que asustaba.
—Cariño ya tengo el nombre para la misión de 007 en nuestro pueblo «Operación Grafeno» —y miraba al techo gesticulando con las manos abiertas como si lo viese en un letrero luminoso.
Dime qué tomas.
Yo también quiero!!
Yo ya lo he dicho y lo vuelvo a decir, por favor que alguien le busque un buen guardaespaldas a Teo Carpena que un día le van a dar dos ostias, con perdón, por el pueblo. Pues no va ahora y se le ocurre empezar a mencionar el Grafeno… Y de paso, a ver si en un próximo artículo desarrolla eso de las destilerías segovianas con el whisky nacional, que tiene buena pinta.
Gracias por los relatos, Sr.Teo no deje de escribir y deleitarnos con su gran imaginación u su buena pluma. Espero con ganas el próximo.
Un Yeclano ausente.