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🍇 viernes 04 octubre 2024
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Silencio en los campos, por Teo Carpena

Nunca un silencio fue tan intenso y tan vacío. Abro la ventana, no corre nada de aire, ni las hojas más finas del cerezo que plantaron hace años frente a la puerta de la casa se mueven. Intento buscar algún rumor a lo lejos, y nada: solo silencio y una soledad sobrecogedora. No me gusta esta sensación. Cuando todos iban a sus asuntos, el bullicio de fondo me ayudaba a sentirme aislado. Me gustaba saber que todo seguía su curso.

¿Afuera no hay nadie?

El miedo se apodera a ratos de mi tranquilidad, me despierto de madrugada y asomado a la ventana miro el cielo; mi perro duerme ajeno a todo en la cocina. El fresco mañanero es agradable, huele a humedad.

El mar no queda muy lejos, pero imagino un amanecer en la playa de Etretat en Normandía, en la playa de Matosinhos frente al Océano Atlántico o en la humilde, alcanzable y cercana playa del Postiguet de Alicante. Cierro los ojos y aspiro el aire como si fuese capaz de alcanzar esa brisa añorada.

Frente al mar todo duele menos.

Hoy, el amanecer se resiste o mi ansiedad lo retrasa. Los setos de aligustres crecen sin control, le diré a Salvador que los repase un poco; la jacaranda está enorme y florece, inundándolo todo con su perfume; creo que algunos pájaros han anidado en sus ramas. Con las últimas lluvias todo ha crecido demasiado deprisa. Dicen por aquí que ahora está lloviendo tanto porque no sale la avioneta pagada por los de las plantaciones masivas para romper las nubes. Quizá tengan razón.

Mi hermana Jeanne vive en Francia y me llama un par de días a la semana antes de ir a trabajar. Estoy a la espera de su llamada, hoy se está retrasando.

Jeanne nació cuando yo tenía doce años, era redondita, rosada, muy rubia y con unos rizos pequeños y apretados. Reía a todas horas y aún hoy sigue siendo la más sonriente de los tres. Cuando me llama, le contesto en español e intento mantener la conversación en el idioma de nuestros padres. Ella me sigue la corriente, sabe que me hace mucha gracia su fuerte acento, ya que solo hablábamos español con nuestros padres, pues nuestra educación fue totalmente en francés.

Me habla de sus hijos, de su trabajo, del colegio, de los alumnos, de las compañeras. Conozco su día a día al detalle y de vez en cuando nombra de pasada al gandul de su marido. Hablamos tres días a la semana. Ha heredado el carácter de mi madre y está pendiente de todos y reparte consejos y cariños en la misma proporción, aunque sea por teléfono. Hay personas que nacen con instinto protector y no pueden evitarlo, así es mi hermana Jeanne.

Sophie es la pequeña. Es diferente, más despegada, dispersa, nerviosa y muy activa. Con ella hablo de vez en cuando, una o dos veces al mes. Es una artista entregada a su trabajo y vive en París. Los parisinos nunca tienen tiempo y viven demasiado deprisa.

El cielo no aclara hoy.

Planté romero en unos maceteros, me acerco a ellos, los acaricio y me huelo las manos. Recuerdo que las manos de mi padre siempre olían a romero. Este perfume tiene el poder de transportarme a la infancia, me pasa lo mismo con el aroma de los membrillos, el sabor de las uvas pasas y el color de los geranios.

Por fin suena la llamada. Al escucharme se ríe de mí y dice que se me nota el acento yeclano. Ahora, oyéndote, me recuerda al acento de nuestro abuelo.

—Pero si casi no hablo con nadie de los de aquí.

—¿No habrás dejado de ver a Concha y a Salvador?

—Qué va, además ahora viene su sobrino a traerme la compra y de paso se enrolla a contarme cosas; incluso me propone hacer una revolución local. —Mi hermana se ríe a carcajadas.

—¿Tú una revolución con lo miedoso que eres? Además, ya no tienes edad. —Yo también me río, dándole la razón.

—¿Cómo está el tema del virus en Francia?

—Igual que en España. Por cierto, ¿caminas cada día?

—Hago maratones alrededor de la casa, pero cada madrugada me desvelo con este extraño silencio.

—Pero si a ti siempre te ha gustado el silencio y la soledad…

—Es verdad, pero esto de saber que todo el mundo está aislado me resulta extraño y me provoca desasosiego.

—¡Estás leyendo otra vez a Pessoa! —Jeanne a veces parece adivina.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque la palabra desasosiego no la utilizas habitualmente, solo lo haces con insistencia cuando lees al portugués.

—Pues sí, ya sabes que es una de mis debilidades; él y todo lo que tenga que ver con Portugal.

—Lo que no entiendo, ¿por qué elegiste Yecla para tu retiro en vez de un pueblo portugués?

—Yo tampoco lo entiendo…

—Bueno, cariño —siempre me llama cariño cuando va a despedirse y lo hace así de pronto cortando una conversación— el domingo te llamo, que hoy voy muy retrasada. Cuídate.

Y el silencio vuelve, y recuerdo una canción de António Zambujo, en su versión con la dulce Elisa Rodrigues. La escucho acurrucado, como creo que hay que escuchar esta música.

Tu frialdad hiela

Quisiera ser tu enamorado,

vivir dentro de tus ojos,

perderme en los volantes

de tu vestido encarnado.

 

Pero tú estás en la ventana

sin ni siquiera ver cuando paso,

y tu frialdad hiela

el calor de mi abrazo.

 

Quisiera darte la mano,

dejarme llevar a ciegas,

perderme en los muchos pliegues

de tu vestido de verano.

 

Pero tú no me miras.

No sabes que te deseo,

dejas un sabor amargo

en la dulzura de mi beso.

 

Quisiera ser tu enamorado,

pero tú estás en la ventana.

Quisiera darte la mano,

pero tú no me miras.

Así da gusto empezar el día.

Intentando amanecer, el cielo se ha teñido de azul pálido y platean los olivos.


NOTA ACLARATORIA: 

A fecha 26 de abril, Teo nos remite esta foto de una de sus habitaciones en Yecla donde preside el mapa que ilustra esta noticia.

foto teo carpena mapa

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Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Nunca un silencio fue tan intenso y tan vacío. Abro la ventana, no corre nada de aire, ni las hojas más finas del cerezo que plantaron hace años frente a la puerta de la casa se mueven. Intento buscar algún rumor a lo lejos, y nada: solo silencio y una soledad sobrecogedora. No me gusta esta sensación. Cuando todos iban a sus asuntos, el bullicio de fondo me ayudaba a sentirme aislado. Me gustaba saber que todo seguía su curso.

¿Afuera no hay nadie?

El miedo se apodera a ratos de mi tranquilidad, me despierto de madrugada y asomado a la ventana miro el cielo; mi perro duerme ajeno a todo en la cocina. El fresco mañanero es agradable, huele a humedad.

El mar no queda muy lejos, pero imagino un amanecer en la playa de Etretat en Normandía, en la playa de Matosinhos frente al Océano Atlántico o en la humilde, alcanzable y cercana playa del Postiguet de Alicante. Cierro los ojos y aspiro el aire como si fuese capaz de alcanzar esa brisa añorada.

Frente al mar todo duele menos.

Hoy, el amanecer se resiste o mi ansiedad lo retrasa. Los setos de aligustres crecen sin control, le diré a Salvador que los repase un poco; la jacaranda está enorme y florece, inundándolo todo con su perfume; creo que algunos pájaros han anidado en sus ramas. Con las últimas lluvias todo ha crecido demasiado deprisa. Dicen por aquí que ahora está lloviendo tanto porque no sale la avioneta pagada por los de las plantaciones masivas para romper las nubes. Quizá tengan razón.

Mi hermana Jeanne vive en Francia y me llama un par de días a la semana antes de ir a trabajar. Estoy a la espera de su llamada, hoy se está retrasando.

Jeanne nació cuando yo tenía doce años, era redondita, rosada, muy rubia y con unos rizos pequeños y apretados. Reía a todas horas y aún hoy sigue siendo la más sonriente de los tres. Cuando me llama, le contesto en español e intento mantener la conversación en el idioma de nuestros padres. Ella me sigue la corriente, sabe que me hace mucha gracia su fuerte acento, ya que solo hablábamos español con nuestros padres, pues nuestra educación fue totalmente en francés.

Me habla de sus hijos, de su trabajo, del colegio, de los alumnos, de las compañeras. Conozco su día a día al detalle y de vez en cuando nombra de pasada al gandul de su marido. Hablamos tres días a la semana. Ha heredado el carácter de mi madre y está pendiente de todos y reparte consejos y cariños en la misma proporción, aunque sea por teléfono. Hay personas que nacen con instinto protector y no pueden evitarlo, así es mi hermana Jeanne.

Sophie es la pequeña. Es diferente, más despegada, dispersa, nerviosa y muy activa. Con ella hablo de vez en cuando, una o dos veces al mes. Es una artista entregada a su trabajo y vive en París. Los parisinos nunca tienen tiempo y viven demasiado deprisa.

El cielo no aclara hoy.

Planté romero en unos maceteros, me acerco a ellos, los acaricio y me huelo las manos. Recuerdo que las manos de mi padre siempre olían a romero. Este perfume tiene el poder de transportarme a la infancia, me pasa lo mismo con el aroma de los membrillos, el sabor de las uvas pasas y el color de los geranios.

Por fin suena la llamada. Al escucharme se ríe de mí y dice que se me nota el acento yeclano. Ahora, oyéndote, me recuerda al acento de nuestro abuelo.

—Pero si casi no hablo con nadie de los de aquí.

—¿No habrás dejado de ver a Concha y a Salvador?

—Qué va, además ahora viene su sobrino a traerme la compra y de paso se enrolla a contarme cosas; incluso me propone hacer una revolución local. —Mi hermana se ríe a carcajadas.

—¿Tú una revolución con lo miedoso que eres? Además, ya no tienes edad. —Yo también me río, dándole la razón.

—¿Cómo está el tema del virus en Francia?

—Igual que en España. Por cierto, ¿caminas cada día?

—Hago maratones alrededor de la casa, pero cada madrugada me desvelo con este extraño silencio.

—Pero si a ti siempre te ha gustado el silencio y la soledad…

—Es verdad, pero esto de saber que todo el mundo está aislado me resulta extraño y me provoca desasosiego.

—¡Estás leyendo otra vez a Pessoa! —Jeanne a veces parece adivina.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque la palabra desasosiego no la utilizas habitualmente, solo lo haces con insistencia cuando lees al portugués.

—Pues sí, ya sabes que es una de mis debilidades; él y todo lo que tenga que ver con Portugal.

—Lo que no entiendo, ¿por qué elegiste Yecla para tu retiro en vez de un pueblo portugués?

—Yo tampoco lo entiendo…

—Bueno, cariño —siempre me llama cariño cuando va a despedirse y lo hace así de pronto cortando una conversación— el domingo te llamo, que hoy voy muy retrasada. Cuídate.

Y el silencio vuelve, y recuerdo una canción de António Zambujo, en su versión con la dulce Elisa Rodrigues. La escucho acurrucado, como creo que hay que escuchar esta música.

Tu frialdad hiela

Quisiera ser tu enamorado,

vivir dentro de tus ojos,

perderme en los volantes

de tu vestido encarnado.

 

Pero tú estás en la ventana

sin ni siquiera ver cuando paso,

y tu frialdad hiela

el calor de mi abrazo.

 

Quisiera darte la mano,

dejarme llevar a ciegas,

perderme en los muchos pliegues

de tu vestido de verano.

 

Pero tú no me miras.

No sabes que te deseo,

dejas un sabor amargo

en la dulzura de mi beso.

 

Quisiera ser tu enamorado,

pero tú estás en la ventana.

Quisiera darte la mano,

pero tú no me miras.

Así da gusto empezar el día.

Intentando amanecer, el cielo se ha teñido de azul pálido y platean los olivos.


NOTA ACLARATORIA: 

A fecha 26 de abril, Teo nos remite esta foto de una de sus habitaciones en Yecla donde preside el mapa que ilustra esta noticia.

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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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4 COMENTARIOS

  1. Que casualidad que el señor Carpena tiene este mapa tan antiguo que no había visto nunca y hoy en Instagram me aparezca justo el mismo, desde el mismo ángulo (supongo que escaneado) y con fecha 3 de abril. Entre las situaciones y discursos forzados que no se cree nadie y las miguitas que va dejando… Me da que Teo Carpena es una buena invención de uno de los colaboradores del periódico. https://www.instagram.com/p/B-hHWSRp8WI/?igshid=1s4of5t00lcbz

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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