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🍁 martes 10 diciembre 2024
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Diario de un desalmado

Camino de mi taller lo veía escribiendo en pequeños papeles con letras minúsculas y me intrigaba lo atareado que parecía. Yo siempre imaginaba que estaría escribiendo sus memorias o una gran novela. Han sido dos años, más o menos, desde que apareció en aquel hueco de lo que fue la entrada a una sucursal del Banco Zaragozano, hasta ayer, que vi cómo unos empleados del ayuntamiento limpiaban el hueco para desinfectar el suelo.

Me quedé preocupado y pregunté por el mendigo. Uno me dijo que él era un «puto mandao», pero otro, con cara de franciscano, agachó la mirada avergonzado y aproveché para pedirle por favor que me dejara mirar entre los cartones, mantas viejas y un tabardo zarrapastroso que iban a tirar a un contenedor de escombros.

Menos mal que llegué a tiempo. Encontré una carpeta azul y, junto con el empleado de la limpieza, comprobamos el contenido por si aparecía alguna documentación o «algo valioso», dijo el limpiador arisco. Estoy seguro de que pensaba en dinero; pero solo había cientos de papelitos pequeños con una letra muy ordenada en tinta azul. Llegamos al acuerdo de que yo me quedaba con la carpeta y ellos con una medalla de la Virgen del Carmen con su cadena dorada y el cierre estropeado, además de tres monedas de un euro.

—Parece ser que van a abrir un nuevo comercio de telefonía— me dijo el del quiosco de periódicos, y me aseguró que el chico estaba enfermo desde hacía tiempo y que lo habían encontrado muerto anteayer. Pregunté a la chica del estanco y me contó que nadie sabe nada de él, que no llevaba ningún carnet ni nada que lo identificara, y que lo tienen en el depósito municipal por si aparece alguien reclamando su cadáver…

Hace más de un mes, una mañana, me paré para preguntarle si necesitaba algo. Me dijo que le vendría bien un bolígrafo de tinta azul. Le ofrecí algo de dinero y comida, pero me dijo que de eso iba servido. Paré otra vez el lunes de la semana pasada. Llovía y estaba descalzo, así que le pregunté cómo estaba y si quería unos zapatos. Me contestó que le gustaba sentir la humedad en los tobillos.

—Solo necesito soledad e inspiración— tenía mala cara. No pude reprimir mi curiosidad y le interrogué sobre qué escribía. Me contestó que era el diario de un desalmado. —¿Por qué escribes con letras tan pequeñas? ¿Quieres que te compre un cuaderno? —Me gusta escribir así, si escribo sobre un papel limpio o en libretas, me quedo en blanco.

Llevo varios días leyendo con una lupa los papeles de El Diario de un Desalmado, así lo llamaba él y así lo llamo yo. Unos están escritos en papelillos cuadriculados, otros en el reverso de la fotocopia de una factura, y otros en un anuncio de inmobiliaria. Los voy revisando. Parecen ser una recopilación de recuerdos; habla de gentes, pero no aparecen nombres de nadie. Vuelvo a preguntar al quiosquero… Nadie del barrio sabía nada de él. Pregunté a los de Cáritas, y me enteré de que en invierno le llevaron mantas y caldo caliente.

—Nunca nos quiso decir su nombre— me dijo una chica que le atendió muchas veces y todavía no se había enterado de su defunción. Se emocionó.

Los papeles no están numerados, no hay fechas y de uno a otro cambia el tipo de escritura. Escasean los puntos y las comas, y a veces las faltas de ortografía vuelven el texto complicado de leer.

Os adelanto algunos que me sobrecogieron y los releo de vez en cuando:

«…noche luna cama… madre duerme y el dolor me ahoga, limpio suelo de cenizas y camino pasillo arriba, pasillo abajo, las nueces son amargas y un beso revolotea perdido cerca de la almohada. Quiero cazarlo, no tengo escopeta, y una manada de tirabuzones me atrapa cerca del alba».

Es posible que hayamos perdido a un poeta surrealista. Otro:

«…siempre quería jugar conmigo pero tenía las orejas desafiladas, las uñas de las lagartijas rayaron los cristales y no podía ver a mi novia dormida, ella me quiere, yo también la quiero. La busco en la sombra de una cascada, las puertas nunca se abren y la aurora huele a manzana. Sueño con su boca, siempre sueño y nunca me habla».

¿Serán bocetos para unos poemas?

Hay una frase que en algunos papeles se repite llenando la hoja entera, y de estas he encontrado más de veinte, con la letra más pequeña de lo habitual:

«Mi alma está deshabitada, mi alma está deshabitada, mi alma está deshabitada, mi alma está deshabitada…»


Blog de Vicente Chumilla

Vicente Chumilla
Vicente Chumilla
Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.

Camino de mi taller lo veía escribiendo en pequeños papeles con letras minúsculas y me intrigaba lo atareado que parecía. Yo siempre imaginaba que estaría escribiendo sus memorias o una gran novela. Han sido dos años, más o menos, desde que apareció en aquel hueco de lo que fue la entrada a una sucursal del Banco Zaragozano, hasta ayer, que vi cómo unos empleados del ayuntamiento limpiaban el hueco para desinfectar el suelo.

Me quedé preocupado y pregunté por el mendigo. Uno me dijo que él era un «puto mandao», pero otro, con cara de franciscano, agachó la mirada avergonzado y aproveché para pedirle por favor que me dejara mirar entre los cartones, mantas viejas y un tabardo zarrapastroso que iban a tirar a un contenedor de escombros.

Menos mal que llegué a tiempo. Encontré una carpeta azul y, junto con el empleado de la limpieza, comprobamos el contenido por si aparecía alguna documentación o «algo valioso», dijo el limpiador arisco. Estoy seguro de que pensaba en dinero; pero solo había cientos de papelitos pequeños con una letra muy ordenada en tinta azul. Llegamos al acuerdo de que yo me quedaba con la carpeta y ellos con una medalla de la Virgen del Carmen con su cadena dorada y el cierre estropeado, además de tres monedas de un euro.

—Parece ser que van a abrir un nuevo comercio de telefonía— me dijo el del quiosco de periódicos, y me aseguró que el chico estaba enfermo desde hacía tiempo y que lo habían encontrado muerto anteayer. Pregunté a la chica del estanco y me contó que nadie sabe nada de él, que no llevaba ningún carnet ni nada que lo identificara, y que lo tienen en el depósito municipal por si aparece alguien reclamando su cadáver…

Hace más de un mes, una mañana, me paré para preguntarle si necesitaba algo. Me dijo que le vendría bien un bolígrafo de tinta azul. Le ofrecí algo de dinero y comida, pero me dijo que de eso iba servido. Paré otra vez el lunes de la semana pasada. Llovía y estaba descalzo, así que le pregunté cómo estaba y si quería unos zapatos. Me contestó que le gustaba sentir la humedad en los tobillos.

—Solo necesito soledad e inspiración— tenía mala cara. No pude reprimir mi curiosidad y le interrogué sobre qué escribía. Me contestó que era el diario de un desalmado. —¿Por qué escribes con letras tan pequeñas? ¿Quieres que te compre un cuaderno? —Me gusta escribir así, si escribo sobre un papel limpio o en libretas, me quedo en blanco.

Llevo varios días leyendo con una lupa los papeles de El Diario de un Desalmado, así lo llamaba él y así lo llamo yo. Unos están escritos en papelillos cuadriculados, otros en el reverso de la fotocopia de una factura, y otros en un anuncio de inmobiliaria. Los voy revisando. Parecen ser una recopilación de recuerdos; habla de gentes, pero no aparecen nombres de nadie. Vuelvo a preguntar al quiosquero… Nadie del barrio sabía nada de él. Pregunté a los de Cáritas, y me enteré de que en invierno le llevaron mantas y caldo caliente.

—Nunca nos quiso decir su nombre— me dijo una chica que le atendió muchas veces y todavía no se había enterado de su defunción. Se emocionó.

Los papeles no están numerados, no hay fechas y de uno a otro cambia el tipo de escritura. Escasean los puntos y las comas, y a veces las faltas de ortografía vuelven el texto complicado de leer.

Os adelanto algunos que me sobrecogieron y los releo de vez en cuando:

«…noche luna cama… madre duerme y el dolor me ahoga, limpio suelo de cenizas y camino pasillo arriba, pasillo abajo, las nueces son amargas y un beso revolotea perdido cerca de la almohada. Quiero cazarlo, no tengo escopeta, y una manada de tirabuzones me atrapa cerca del alba».

Es posible que hayamos perdido a un poeta surrealista. Otro:

«…siempre quería jugar conmigo pero tenía las orejas desafiladas, las uñas de las lagartijas rayaron los cristales y no podía ver a mi novia dormida, ella me quiere, yo también la quiero. La busco en la sombra de una cascada, las puertas nunca se abren y la aurora huele a manzana. Sueño con su boca, siempre sueño y nunca me habla».

¿Serán bocetos para unos poemas?

Hay una frase que en algunos papeles se repite llenando la hoja entera, y de estas he encontrado más de veinte, con la letra más pequeña de lo habitual:

«Mi alma está deshabitada, mi alma está deshabitada, mi alma está deshabitada, mi alma está deshabitada…»


Blog de Vicente Chumilla

Vicente Chumilla
Vicente Chumilla
Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.
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3 COMENTARIOS

  1. Sociotonto del PP y de la España que bosteza.
    Que no le gusta lo que escribe? Ya lo dijiste, no repitas.
    A mí que me importa si te gusta o no?
    Lo has dicho una vez. Ya está.
    Lo mismo tú critica obedece a que no es de tu cuerda política, pensamiento ultra.
    Sociotonto del PP, no seas como Feijooo que no tiene nada que ofrecer y se dedica al FANGO.
    Las madres gallegas luchando para que la droga no matara a sus hijos, este en el yate de un narco.
    Leer Fariñas.

Vicente Chumilla
Vicente Chumilla
Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.
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