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✝️ jueves 28 marzo 2024
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Reflexiones de una docente en tiempos de Covid, a todas las familias

Artículo de Virginia García Soriano, madre y docente

Nos despedimos un viernes 13 de marzo, desbordados entre el miedo y la estupefacción. El mundo se estaba parando con una mayoría observando atónitos sin poder entender nada. Sin apenas momentos para respirar, sentirnos, calmarnos, encontrarnos y comprender, ya el lunes siguiente estábamos, casi de manera compulsiva y como si nada hubiera pasado, enviando un sinfín de tareas a las familias, como si fuéramos dueños de ese tiempo nuevo, y una franja horaria nos perteneciera en las mañanas o como si algo tuviéramos que controlar.

Aplicaciones, programaciones, documentos, “videoclases”, informes, cuestionarios, reuniones, explicaciones, una vorágine de tareas nos invadió en una oleada de aparentar una normalidad ficticia, un no “perder el tiempo” o no “perder el curso”, “que nadie pare de enviar cosas”, mantener el horario de cada día, etc., en medio de semejante tormenta. Hasta pusimos notas a los alumnos en el intento de que nada cambiase.

Pero todo esto contrastaba con la realidad, porque ésta última era otra cosa. En la realidad todo se había parado de verdad, y todos estábamos paralizados y muertos de miedo. Dentro de cada familia se movían estas cosas, y la escuela en su conjunto no supo parar, escuchar, reconocer el momento social, reflexionar y reconvertir su tarea. Y no hablo de mis compañeros, cuya inmensa capacidad trabajo y amor por los niños valoro y admiro, sino de otro ente más abstracto. Si somos honestos, lo que han recibido las familias de la escuela en general (y no de los maestros en particular que hayan podido en muchos casos humanizar las circunstancias) ha sido agobio, estrés, presión y cansancio. Como si la infancia sólo estuviera contemplada desde la escuela. Pero esto no era lo que tocaba.

Si imagino una escuela que cumple con la función de educar en el sentido más amplio de la palabra, en momentos de crisis como este, educar se convierte en escuchar, cuestionarse, en proteger y en actuar para preservar que los pilares que permiten los aprendizajes, como son la salud emocional y psicológica de los alumnos y sus familias, se mantengan sanos. La literatura científica y en particular las Neurociencias, vienen ya tiempo emergiendo esta evidencia. El sistema educativo la ignoró.

Se debió una reflexión que no estuvo, un parar para dar sentido a nuestro hacer que no se contempló. Sin saber qué, ni cómo, ni para qué, pero teníamos que enviar y enviar y enviar tareas. Todo un sinsentido porque la verdad es que no va a servir de mucho responder desde la escuela ante una amenaza contra la salud pública a nivel mundial, mirando para otro lado, ignorando la realidad social, haciendo como que no pasa nada, con archivos llenos de ejercicios, números por evaluaciones y otros cuantos cientos de informes, programaciones y la creación de tantas y tantas aplicaciones de contenidos en forma de videojuegos con refuerzo de corte cognitivo-conductual.

Pero la realidad emergía por encima de todas estas cosas llamando a gritos a una mirada hacia el interior, una dolorosa parada y una profunda reflexión, una escucha de nuestros propios miedos para poder entender el de nuestros niños y niñas. Nosotros somos maestros, educadores, no somos tecnócratas ni programadores. Trabajamos con personas, nuestro sentido de hacer está en ver y sentir lo humano, en poder dar respuestas a la profundidad del ser en cada momento que nos encontramos, sabiendo captar la realidad tal cual es y acompañar desde ese entendimiento, a nuestros niños y niñas en su crecimiento global, y por supuesto, también a sus familias porque somos un sistema de relaciones, una red entretejida y estar del lado de la infancia no puede sino considerar y apoyar permanentemente a sus familias en el aquí y ahora. Y quizás ahora iba más por apoyar a que el mundo interno, no se derrumbase.

Y…¿qué podía hacer yo en medio de todo esto? ¿continuar en este sinsentido? ¿fingir que no pasaba nada y continuar como hasta ahora? Para mí hubo un momento en el que no pude seguir y tuve que abandonar el barco. Algunos de vosotros quizás sentisteis miedo de mi abandono al ejercicio de los clásicos, los dictados, las fichas, las plataformas, aplicaciones…Pero mi corazón sentía que tenía que ir por otro lado, y a fecha de hoy, final de curso, creo que lo habéis entendido perfectamente y que incluso ahí, en el cambio, nos hemos encontrado. Por eso lo compartimos, porque hemos sido comunidad educativa, hemos tejido red humana y hemos crecido y hemos salido reforzados de esto. Y ha sido así:

Todo el foco de mi quehacer se centró en dejar lo que siempre había hecho en mi trabajo hasta entonces. Hubo que romper el formato de mi función docente en un completo puzle que reconstruir bajo una nueva mirada adaptada a las circunstancias, hasta encontrar la imagen que pudiera dar respuesta a lo que era más importante: ayudar a mitigar el dolor del momento y facilitar la vida de las personas, niños/as y familias, con las que telemáticamente iba a convivir día a día, cada mañana, hasta final de curso, con un objetivo último común: cuidar del bienestar de nuestros niños, niñas y por ende, de todos/as nosotros/as. Todo un reto en el que para mí la escuela tenía que dar respuesta y también un reto, en el que yo no podía fallar.

Así centré nuestro intercambio en escuchar las necesidades y responder a ellas. Lo primero de todo fue empoderarnos desde el sentirnos unidos. Para eso grabamos un vídeo desde nuestras casas con la canción Quédate en tu casa de La Pegatina, y con el que conseguimos acercarnos desde la distancia de nuestras casas y dar sentido a estar confinados. 

A continuación hicimos el “Plan de Orientación a las Familias” para favorecer el bienestar de los niños en situación de confinamiento o “Cómo apoyar a la infancia en tiempos de confinamiento”, donde hablábamos de un análisis de las necesidades auténticas de los niños/as y pautas para entenderlas y acompañarlas desde la perspectiva de la prevención y promoción de la salud no solo física sino también y sobre todo psicológica y emocional.

Estuvimos reflexionando sobre nosotros/as, pasando de nuestro proyecto de “La Edad Antigua”, a la “Filosofía de Grecia”. En este tiempo hicimos un viaje a nuestro interior (lo que era la primera parte del plan, parar a encontrarnos nuestro yo más auténtico),  buscando preguntas y respuestas que nos permitieran conectar con nuestra esencia a través de la “Filosofía para Niños”:  ¿quiénes somos?,  ¿cómo es el mundo que nos rodea? adaptado a niños y niñas de 7 y 8 años.

Después conciliamos nuestro trabajo de Lengua, Lectura y Ciencias con la vida real,  estableciendo y favoreciendo unas rutinas diarias que considerábamos preventivas y saludables, que dieran estabilidad, más sentido y equilibrio en este tiempo de confinamiento. Convertimos nuestros hogares en auténticos laboratorios de Ciencias. Jugábamos, trabajábamos y aprendíamos haciendo simultáneamente tareas del hogar e investigando sobre nuestros aparatos y electrodomésticos, lo que nos permitió conciliar y compartir con las adultas muchas actividades diarias desde el placer y ya no tanto la obligación. Compartir el tiempo y aprovechar la convivencia para mejorar las relaciones familiares fue uno de mis  objetivos contemplados durante todo el proceso. Hacer uso de esta situación de presencia continua para fortalecer vínculos psicoafectivos entre niños/as y familias desde el placer de convivir y compartir fue una de las mejores experiencias.

Proseguimos para volver a centrarnos en nosotros mismos y nuestra “Historia de Vida”, en un recorrido por reconocer nuestro pasado y las imágenes más significativas o que definen nuestra identidad. Finalmente nos lanzamos a entender este momento histórico-social con ayuda de la Memoria Histórica, investigando sobre otras pandemias pasadas que nos den pistas para situarnos en este continuum vital. Y despedimos el curso con nuestros mejores deseos, porque todo ser humano tiene el derecho de proyectar sus sueños y desear que se cumplan. También mostramos un vídeo sobre nuestra Filosofía para Niños que ha vertebrado en estos dos últimos cursos nuestro ser y estar en la escuela juntos.

En medio de todo esto nos encontramos en un espacio virtual, como adultas que estábamos en esta aventura, no para ver quién seguía las tareas y quién las llevaba al día, sino para volver a sentirnos unidos desde la distancia, para visibilizarnos, escucharnos, comprendernos y darnos la fuerza que una pequeña comunidad educativa como éramos, tanto necesitaba. Recogimos esa fortaleza, nos sentimos, y continuamos.

Reflexionamos profundamente sobre el miedo, la emoción que ha secuestrado al mundo entero en un mismo tiempo. Encontrarnos con nuestros propios miedos para comprender y apoyar a los niños en sus miedos. Miedo a la pérdida, a la incertidumbre, a la impermanencia del ser, a la debilidad de nuestro sistema creado, a la pérdida de libertades, al futuro. Miedo a mirar a nuestros niños y no poder, por primera vez, ver claro un futuro seguro…

A lo largo de todo este proceso he tenido claro que la tecnología era sobre todo una herramienta, nunca un fin sino solamente un medio. Y para ello nos ha servido, fundamentalmente para comunicarnos. Nunca he pretendido suplantar la educación con las pantallas, sino hacer el único uso para el que, bajo mi punto de vista nos sirven, comunicarnos. La esencia de nuestra tarea educativa se basa en el contacto, en vernos, sentirnos. Sólo a partir de la relación puede surgir el desarrollo y el aprendizaje y esto nunca podrá suplantarse con un ordenador, ni con ninguna conexión de última generación del todo pionera en ninguna parte del mundo.

El crecimiento es estar en relación, sentirse, tocarse. El aprendizaje son olores, colores, miradas vivas de ojos brillantes. Es el encuentro, el dejar surgir situaciones, palabras, sentimientos…Por eso, desde el primer momento en el que pudimos vernos pequeños grupos, creamos nuestros Encuentros al Aire Libre en el Cespín, donde pudimos mirarnos, sentirnos, estar presentes, aliviarnos, animarnos.

Los primeros minutos que nos reencontramos hubo muchos momentos de silencio, de miradas profundas, de un estar despacio. Pusimos las canciones a ritmo de las notas de guitarra para dejar sentir y salir emociones. Poco a poco aparecieron las palabras en boca de los niños/as. Las primeras no hablaban de nada en verdad pero decían mucho y servían para tirar del hilo, tirar, dejar que los niños hablaran como es su hablar, su contar: con su movimiento, con su tercera persona, con la sutileza   sus manos que expresan. La belleza de comunicar “estamos juntos, os he echado de menos, necesito volver, necesito vuestro encuentro”. Después vinieron las risas, las adivinanzas, cuando otra vez el cuerpo hablaba con ya un “me siento en calma”, “¿nos veremos otra vez, verdad?”, “claro que sí”.

Y es que la salud, y ya es hora de ir visibilizando esta realidad, no es solo física. Ya lo sabemos y no vamos a esperar más. La salud es también y en gran medida emocional. Cuidarnos es vernos, ser y sentirnos en relación. Y es para los niños esta necesidad de tacto y de contacto, tan vital como el sueño o la alimentación, siendo la privación de estar con sus iguales, una de las partes más traumáticas de esta cuarentena.

También nos encontramos las adultas de nuevo, pero esta vez en vivo. Nuestros encuentros dejaron espacio a la construcción de esa red de apoyo mutuo entre nosotros. Compartir nuevamente nuestras dudas y miedos, debatir sobre el momento actual y el próximo curso. Sabernos que no estamos solas y que compartimos ante todo el objetivo número uno: el bienestar de nuestras criaturas. Reconocer que ahora tenemos un gran reto…

Y cerrar el curso con un encuentro especial, un Final de Curso. Cerrar una puerta para abrir otra, tan necesario el ritual en las personas. Dejar, soltar estos meses, sabernos pasar a la construcción.

Para finalizar, deciros de parte de todos los docentes que lo sientan conmigo: un sincero “lo siento” a todas las familias que hayan podido recibir de nosotros lo que no hemos sabido hacer, un disculpar  el estrés, las posibles exigencias, los agobios y las incoherencias. Siento los cambios y las tareas que hayan podido ser vacías o absurdas, la posible presión por la manera…, los tiempos de espera o el que necesitarais alguna cosa y no haber sabido verla.

Para concluir, un “agradecer sincero” a todas las que también han confiado este tiempo en nosotros, en nuestra manera, que han sabido escuchar, que han sabido comprender, que nos han buscado para preguntar, comunicar, sincerarse y buscar apoyo y ofrecerlo. Gracias por la paciencia, por el contacto, por el cariño. Familias que han caminado de la mano, creciendo cada día, disculpando en el camino, agradeciendo y fortaleciendo lazos. 

Hemos aprendido muchas cosas juntos este tiempo. Mi compromiso profesional está en no olvidarlo, en transformarlo a una nueva manera de estar con los niños y las familias que vuelvan a subirse a otros nuevos barcos. Gracias de corazón por la experiencia, el crecimiento y el aprendizaje. Seguimos con, para y por la infancia.

 


 

elperiodicodeyecla.com
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Elperiodicodeyecla.com. Diario digital de la ciudad de Yecla desde 2008. Información diaria de la localidad.

Artículo de Virginia García Soriano, madre y docente

Nos despedimos un viernes 13 de marzo, desbordados entre el miedo y la estupefacción. El mundo se estaba parando con una mayoría observando atónitos sin poder entender nada. Sin apenas momentos para respirar, sentirnos, calmarnos, encontrarnos y comprender, ya el lunes siguiente estábamos, casi de manera compulsiva y como si nada hubiera pasado, enviando un sinfín de tareas a las familias, como si fuéramos dueños de ese tiempo nuevo, y una franja horaria nos perteneciera en las mañanas o como si algo tuviéramos que controlar.

Aplicaciones, programaciones, documentos, “videoclases”, informes, cuestionarios, reuniones, explicaciones, una vorágine de tareas nos invadió en una oleada de aparentar una normalidad ficticia, un no “perder el tiempo” o no “perder el curso”, “que nadie pare de enviar cosas”, mantener el horario de cada día, etc., en medio de semejante tormenta. Hasta pusimos notas a los alumnos en el intento de que nada cambiase.

Pero todo esto contrastaba con la realidad, porque ésta última era otra cosa. En la realidad todo se había parado de verdad, y todos estábamos paralizados y muertos de miedo. Dentro de cada familia se movían estas cosas, y la escuela en su conjunto no supo parar, escuchar, reconocer el momento social, reflexionar y reconvertir su tarea. Y no hablo de mis compañeros, cuya inmensa capacidad trabajo y amor por los niños valoro y admiro, sino de otro ente más abstracto. Si somos honestos, lo que han recibido las familias de la escuela en general (y no de los maestros en particular que hayan podido en muchos casos humanizar las circunstancias) ha sido agobio, estrés, presión y cansancio. Como si la infancia sólo estuviera contemplada desde la escuela. Pero esto no era lo que tocaba.

Si imagino una escuela que cumple con la función de educar en el sentido más amplio de la palabra, en momentos de crisis como este, educar se convierte en escuchar, cuestionarse, en proteger y en actuar para preservar que los pilares que permiten los aprendizajes, como son la salud emocional y psicológica de los alumnos y sus familias, se mantengan sanos. La literatura científica y en particular las Neurociencias, vienen ya tiempo emergiendo esta evidencia. El sistema educativo la ignoró.

Se debió una reflexión que no estuvo, un parar para dar sentido a nuestro hacer que no se contempló. Sin saber qué, ni cómo, ni para qué, pero teníamos que enviar y enviar y enviar tareas. Todo un sinsentido porque la verdad es que no va a servir de mucho responder desde la escuela ante una amenaza contra la salud pública a nivel mundial, mirando para otro lado, ignorando la realidad social, haciendo como que no pasa nada, con archivos llenos de ejercicios, números por evaluaciones y otros cuantos cientos de informes, programaciones y la creación de tantas y tantas aplicaciones de contenidos en forma de videojuegos con refuerzo de corte cognitivo-conductual.

Pero la realidad emergía por encima de todas estas cosas llamando a gritos a una mirada hacia el interior, una dolorosa parada y una profunda reflexión, una escucha de nuestros propios miedos para poder entender el de nuestros niños y niñas. Nosotros somos maestros, educadores, no somos tecnócratas ni programadores. Trabajamos con personas, nuestro sentido de hacer está en ver y sentir lo humano, en poder dar respuestas a la profundidad del ser en cada momento que nos encontramos, sabiendo captar la realidad tal cual es y acompañar desde ese entendimiento, a nuestros niños y niñas en su crecimiento global, y por supuesto, también a sus familias porque somos un sistema de relaciones, una red entretejida y estar del lado de la infancia no puede sino considerar y apoyar permanentemente a sus familias en el aquí y ahora. Y quizás ahora iba más por apoyar a que el mundo interno, no se derrumbase.

Y…¿qué podía hacer yo en medio de todo esto? ¿continuar en este sinsentido? ¿fingir que no pasaba nada y continuar como hasta ahora? Para mí hubo un momento en el que no pude seguir y tuve que abandonar el barco. Algunos de vosotros quizás sentisteis miedo de mi abandono al ejercicio de los clásicos, los dictados, las fichas, las plataformas, aplicaciones…Pero mi corazón sentía que tenía que ir por otro lado, y a fecha de hoy, final de curso, creo que lo habéis entendido perfectamente y que incluso ahí, en el cambio, nos hemos encontrado. Por eso lo compartimos, porque hemos sido comunidad educativa, hemos tejido red humana y hemos crecido y hemos salido reforzados de esto. Y ha sido así:

Todo el foco de mi quehacer se centró en dejar lo que siempre había hecho en mi trabajo hasta entonces. Hubo que romper el formato de mi función docente en un completo puzle que reconstruir bajo una nueva mirada adaptada a las circunstancias, hasta encontrar la imagen que pudiera dar respuesta a lo que era más importante: ayudar a mitigar el dolor del momento y facilitar la vida de las personas, niños/as y familias, con las que telemáticamente iba a convivir día a día, cada mañana, hasta final de curso, con un objetivo último común: cuidar del bienestar de nuestros niños, niñas y por ende, de todos/as nosotros/as. Todo un reto en el que para mí la escuela tenía que dar respuesta y también un reto, en el que yo no podía fallar.

Así centré nuestro intercambio en escuchar las necesidades y responder a ellas. Lo primero de todo fue empoderarnos desde el sentirnos unidos. Para eso grabamos un vídeo desde nuestras casas con la canción Quédate en tu casa de La Pegatina, y con el que conseguimos acercarnos desde la distancia de nuestras casas y dar sentido a estar confinados. 

A continuación hicimos el “Plan de Orientación a las Familias” para favorecer el bienestar de los niños en situación de confinamiento o “Cómo apoyar a la infancia en tiempos de confinamiento”, donde hablábamos de un análisis de las necesidades auténticas de los niños/as y pautas para entenderlas y acompañarlas desde la perspectiva de la prevención y promoción de la salud no solo física sino también y sobre todo psicológica y emocional.

Estuvimos reflexionando sobre nosotros/as, pasando de nuestro proyecto de “La Edad Antigua”, a la “Filosofía de Grecia”. En este tiempo hicimos un viaje a nuestro interior (lo que era la primera parte del plan, parar a encontrarnos nuestro yo más auténtico),  buscando preguntas y respuestas que nos permitieran conectar con nuestra esencia a través de la “Filosofía para Niños”:  ¿quiénes somos?,  ¿cómo es el mundo que nos rodea? adaptado a niños y niñas de 7 y 8 años.

Después conciliamos nuestro trabajo de Lengua, Lectura y Ciencias con la vida real,  estableciendo y favoreciendo unas rutinas diarias que considerábamos preventivas y saludables, que dieran estabilidad, más sentido y equilibrio en este tiempo de confinamiento. Convertimos nuestros hogares en auténticos laboratorios de Ciencias. Jugábamos, trabajábamos y aprendíamos haciendo simultáneamente tareas del hogar e investigando sobre nuestros aparatos y electrodomésticos, lo que nos permitió conciliar y compartir con las adultas muchas actividades diarias desde el placer y ya no tanto la obligación. Compartir el tiempo y aprovechar la convivencia para mejorar las relaciones familiares fue uno de mis  objetivos contemplados durante todo el proceso. Hacer uso de esta situación de presencia continua para fortalecer vínculos psicoafectivos entre niños/as y familias desde el placer de convivir y compartir fue una de las mejores experiencias.

Proseguimos para volver a centrarnos en nosotros mismos y nuestra “Historia de Vida”, en un recorrido por reconocer nuestro pasado y las imágenes más significativas o que definen nuestra identidad. Finalmente nos lanzamos a entender este momento histórico-social con ayuda de la Memoria Histórica, investigando sobre otras pandemias pasadas que nos den pistas para situarnos en este continuum vital. Y despedimos el curso con nuestros mejores deseos, porque todo ser humano tiene el derecho de proyectar sus sueños y desear que se cumplan. También mostramos un vídeo sobre nuestra Filosofía para Niños que ha vertebrado en estos dos últimos cursos nuestro ser y estar en la escuela juntos.

En medio de todo esto nos encontramos en un espacio virtual, como adultas que estábamos en esta aventura, no para ver quién seguía las tareas y quién las llevaba al día, sino para volver a sentirnos unidos desde la distancia, para visibilizarnos, escucharnos, comprendernos y darnos la fuerza que una pequeña comunidad educativa como éramos, tanto necesitaba. Recogimos esa fortaleza, nos sentimos, y continuamos.

Reflexionamos profundamente sobre el miedo, la emoción que ha secuestrado al mundo entero en un mismo tiempo. Encontrarnos con nuestros propios miedos para comprender y apoyar a los niños en sus miedos. Miedo a la pérdida, a la incertidumbre, a la impermanencia del ser, a la debilidad de nuestro sistema creado, a la pérdida de libertades, al futuro. Miedo a mirar a nuestros niños y no poder, por primera vez, ver claro un futuro seguro…

A lo largo de todo este proceso he tenido claro que la tecnología era sobre todo una herramienta, nunca un fin sino solamente un medio. Y para ello nos ha servido, fundamentalmente para comunicarnos. Nunca he pretendido suplantar la educación con las pantallas, sino hacer el único uso para el que, bajo mi punto de vista nos sirven, comunicarnos. La esencia de nuestra tarea educativa se basa en el contacto, en vernos, sentirnos. Sólo a partir de la relación puede surgir el desarrollo y el aprendizaje y esto nunca podrá suplantarse con un ordenador, ni con ninguna conexión de última generación del todo pionera en ninguna parte del mundo.

El crecimiento es estar en relación, sentirse, tocarse. El aprendizaje son olores, colores, miradas vivas de ojos brillantes. Es el encuentro, el dejar surgir situaciones, palabras, sentimientos…Por eso, desde el primer momento en el que pudimos vernos pequeños grupos, creamos nuestros Encuentros al Aire Libre en el Cespín, donde pudimos mirarnos, sentirnos, estar presentes, aliviarnos, animarnos.

Los primeros minutos que nos reencontramos hubo muchos momentos de silencio, de miradas profundas, de un estar despacio. Pusimos las canciones a ritmo de las notas de guitarra para dejar sentir y salir emociones. Poco a poco aparecieron las palabras en boca de los niños/as. Las primeras no hablaban de nada en verdad pero decían mucho y servían para tirar del hilo, tirar, dejar que los niños hablaran como es su hablar, su contar: con su movimiento, con su tercera persona, con la sutileza   sus manos que expresan. La belleza de comunicar “estamos juntos, os he echado de menos, necesito volver, necesito vuestro encuentro”. Después vinieron las risas, las adivinanzas, cuando otra vez el cuerpo hablaba con ya un “me siento en calma”, “¿nos veremos otra vez, verdad?”, “claro que sí”.

Y es que la salud, y ya es hora de ir visibilizando esta realidad, no es solo física. Ya lo sabemos y no vamos a esperar más. La salud es también y en gran medida emocional. Cuidarnos es vernos, ser y sentirnos en relación. Y es para los niños esta necesidad de tacto y de contacto, tan vital como el sueño o la alimentación, siendo la privación de estar con sus iguales, una de las partes más traumáticas de esta cuarentena.

También nos encontramos las adultas de nuevo, pero esta vez en vivo. Nuestros encuentros dejaron espacio a la construcción de esa red de apoyo mutuo entre nosotros. Compartir nuevamente nuestras dudas y miedos, debatir sobre el momento actual y el próximo curso. Sabernos que no estamos solas y que compartimos ante todo el objetivo número uno: el bienestar de nuestras criaturas. Reconocer que ahora tenemos un gran reto…

Y cerrar el curso con un encuentro especial, un Final de Curso. Cerrar una puerta para abrir otra, tan necesario el ritual en las personas. Dejar, soltar estos meses, sabernos pasar a la construcción.

Para finalizar, deciros de parte de todos los docentes que lo sientan conmigo: un sincero “lo siento” a todas las familias que hayan podido recibir de nosotros lo que no hemos sabido hacer, un disculpar  el estrés, las posibles exigencias, los agobios y las incoherencias. Siento los cambios y las tareas que hayan podido ser vacías o absurdas, la posible presión por la manera…, los tiempos de espera o el que necesitarais alguna cosa y no haber sabido verla.

Para concluir, un “agradecer sincero” a todas las que también han confiado este tiempo en nosotros, en nuestra manera, que han sabido escuchar, que han sabido comprender, que nos han buscado para preguntar, comunicar, sincerarse y buscar apoyo y ofrecerlo. Gracias por la paciencia, por el contacto, por el cariño. Familias que han caminado de la mano, creciendo cada día, disculpando en el camino, agradeciendo y fortaleciendo lazos. 

Hemos aprendido muchas cosas juntos este tiempo. Mi compromiso profesional está en no olvidarlo, en transformarlo a una nueva manera de estar con los niños y las familias que vuelvan a subirse a otros nuevos barcos. Gracias de corazón por la experiencia, el crecimiento y el aprendizaje. Seguimos con, para y por la infancia.

 


 

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1 COMENTARIO

  1. Me ha gustado el artículo, puedo verme reflejada en muchos puntos pero considero que no hay incompatibilidad entre una buena enseñanza y las nuevas tecnologías. «Preservar los pilares que permiten los aprendizajes» no está reñido, ni mucho menos, con hacer uso de las nuevas tecnologías en los procesos de aprendizaje en cualquier nivel educativo.

    Las TIC tienen muchísimo que aportar al sistema educativo. Su objetivo no es únicamente el de mantenernos comunicados, nos sirven para compartir conocimientos, para ampliarlos, para crear y manipular información, para inventar nuevas máquinas o aplicaciones que nos facilitan el día a día, etc. Es cierto que es un proceso de evolución complejo y que requiere dedicar tiempo, ganas y recursos; que hay muchas madres, padres y docentes que no están preparados, pero es un proceso que deben de emprender cuanto antes para ayudar a los niños y necesitan la ayuda de los docentes.

    La tecnología ha llegado para quedarse y debemos de ser capaces de evolucionar con ellas. Ya no se busca a un economista sin que tenga conocimiento de Big Data, no se concibe un experto en Marketing sin que controle las Social networking, ningún cirujano hace feos a los avances tecnológicos que le permiten operar a un paciente casi sin abrir incluso documentarse bien para escribir un buen libro nunca fue tan sencillo para un escritor.

    Los docentes deben manejarse bien con la tecnología y hacer uso de ellas en los procesos de enseñanza y aprendizaje porque son los encargados de formar a estas nuevas generaciones que son 100% nativas digitales (lo queramos o no). Enseñarles a utilizar herramientas de forma correcta y cívica es lo mínimo que se requiere por el momento, pero el futuro es ahora.

    Tal vez nosotros no seamos programadores o tecnócrata, pero nuestros hijos probablemente sí lo serán.

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