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🍁 domingo 03 noviembre 2024
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Los espejos

Cada vez que miro un viejo espejo, me pregunto qué escenas presenció, si fue testigo de declaraciones amorosas o de tremendos desencantos, y los interrogo, pero nunca recibo una respuesta. Ellos parecen ser cómplices silenciosos del tiempo. Dudo de su hermetismo permanente y los miro de reojo o de medio lado, nunca de frente, a ver si los pillo en algún momento de debilidad.

En casa tenemos uno que perteneció a los antiguos propietarios e imagino a sus hijas desnudas mirándose en la luna del armario. No consigo nunca ver otra cosa que mi reflejo curioseando en todos los rincones de la superficie pulida.

Cuando veo alguno de esos grandes espejos de salones con un marco barroco, pienso que podrían dar testimonio de alguna cena familiar con peleas. También podrían contener memoria y guardar en su interior momentos felices de fiestas navideñas o de orgías secretas. Pienso que podrían almacenar sonidos u olores; he llegado a mirar el reverso de algunos de esos que pertenecieron a palacios con mirada interrogante, y nada.

Cuando trabajé de restaurador, apagaba la luz del estudio y me plantaba delante de las cornucopias, imaginando al artesano que talló el marco, al dorador paciente o al operario que con mimo lo colgó en el mejor lugar de la casa. Nunca encontré pista alguna, solo oscuridad.

En aquel trabajo pude ver muchos espejos de muy variados tamaños y estilos y trabé amistad con un anticuario que me aclaró lo de los velorios:

—En el cuarto donde se velaba a un difunto nunca podía haber un espejo, y si lo había, tenían que cubrirlo con una tela blanca. Incluso los armarios que tenían luna interior se cubrían por precaución, por si algún despistado abría la puerta; todos los de la casa se cubrían también. Es una costumbre heredada de los judíos, que durante el duelo consideraban que había que vivir el dolor de la pérdida y olvidarse de la vanidad. Los espejos son cómplices de los vanidosos y de los superficiales.

Un día que visité la tienda de mi amigo, vi que los relojes de pared y los espejos nunca estaban cerca.

—Eres un buen observador —me dijo—. Nunca deben estar uno frente al otro. El tiempo y su reflejo son peligrosos; puede crearse un vórtice temporal y trasladarnos de galaxia.

Lo tomé a broma, y como me vio sonreír, me contó que un abuelo suyo desapareció después de colocar un reloj de péndulo frente al espejo alfonsino del salón. Fue terminar de colgarlo y, antes de bajarse de la escalera en la que estaba subido, primero se hizo transparente y luego, como el último resuello de un muerto, desapareció. Su abuela, que estaba presente, quedó petrificada.

—¡Solo Dios conoce los misterios y no somos quién para dudar de sus motivos! —exclamó el párroco amigo de la familia, y les aconsejó que dijeran en el pueblo que el abuelo se había fugado…

Hace tiempo leí que Bacon hacía retratos mirando al modelo a través de un espejo roto. Lo intenté con uno que encontré en la calle, hecho añicos, y un día que mi madre entró en el cuarto que utilizaba como estudio, quedó escandalizada y se deshizo de él sin pedirme permiso.

—Ahora entiendo por qué te va tan mal —me dijo—. Los cristales rotos son la causa de la mala suerte.

Me lo tomé como una superstición más, pero lo dijo con tanta rotundidad que ahora, cuando paso delante de un escaparate roto, miro para otro lado y me santiguo.

¿Qué registrará mejor un espejo: la tristeza, la alegría o la belleza?

De todos en los que me he visto reflejado, los más divertidos eran los deformados de las ferias antiguas; era divertido verte gordísimo y menguado, alargado como un ciprés o retorcido. Los de los escaparates son fantasmagóricos, y los de los cuartos de baño de los hospitales son siniestros.

Los de los probadores de tiendas de ropa siempre devuelven una imagen cruel; son tramposos, porque en el de nuestro baño nos vemos estupendamente. ¿Estarán domesticados, como decía Juan José Millás?

Y, hablando de reflejos, ¿cómo es posible que hayamos perdido el miedo al reflejo y ahora andemos todos compartiendo fotos nuestras en las distintas redes? Los pobres sefardíes, tan cuidadosos con la vanidad, si volvieran a la vida, escandalizados de tanto narcisismo, huirían despavoridos. Y en estas pantallas sí que quedan registradas para siempre las imágenes. Podríamos buscar en el almacenamiento de la nube la vida entera en imágenes, fotos o videos de un millennial, y ver su vida entera, para honra o para vergüenza.

Ayer, mirando en un álbum las fotos familiares antiguas —solo se hacían fotos en los acontecimientos importantes, y ¡qué bien afeitados estaban todos!—, vi una de mi padre en primer plano y recordé su pequeño espejo donde se miraba para afeitarse. ¡Cómo me gustaría recuperarlo…!


Relatos de Vicente Chumilla

Vicente Chumilla
Vicente Chumilla
Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.

Cada vez que miro un viejo espejo, me pregunto qué escenas presenció, si fue testigo de declaraciones amorosas o de tremendos desencantos, y los interrogo, pero nunca recibo una respuesta. Ellos parecen ser cómplices silenciosos del tiempo. Dudo de su hermetismo permanente y los miro de reojo o de medio lado, nunca de frente, a ver si los pillo en algún momento de debilidad.

En casa tenemos uno que perteneció a los antiguos propietarios e imagino a sus hijas desnudas mirándose en la luna del armario. No consigo nunca ver otra cosa que mi reflejo curioseando en todos los rincones de la superficie pulida.

Cuando veo alguno de esos grandes espejos de salones con un marco barroco, pienso que podrían dar testimonio de alguna cena familiar con peleas. También podrían contener memoria y guardar en su interior momentos felices de fiestas navideñas o de orgías secretas. Pienso que podrían almacenar sonidos u olores; he llegado a mirar el reverso de algunos de esos que pertenecieron a palacios con mirada interrogante, y nada.

Cuando trabajé de restaurador, apagaba la luz del estudio y me plantaba delante de las cornucopias, imaginando al artesano que talló el marco, al dorador paciente o al operario que con mimo lo colgó en el mejor lugar de la casa. Nunca encontré pista alguna, solo oscuridad.

En aquel trabajo pude ver muchos espejos de muy variados tamaños y estilos y trabé amistad con un anticuario que me aclaró lo de los velorios:

—En el cuarto donde se velaba a un difunto nunca podía haber un espejo, y si lo había, tenían que cubrirlo con una tela blanca. Incluso los armarios que tenían luna interior se cubrían por precaución, por si algún despistado abría la puerta; todos los de la casa se cubrían también. Es una costumbre heredada de los judíos, que durante el duelo consideraban que había que vivir el dolor de la pérdida y olvidarse de la vanidad. Los espejos son cómplices de los vanidosos y de los superficiales.

Un día que visité la tienda de mi amigo, vi que los relojes de pared y los espejos nunca estaban cerca.

—Eres un buen observador —me dijo—. Nunca deben estar uno frente al otro. El tiempo y su reflejo son peligrosos; puede crearse un vórtice temporal y trasladarnos de galaxia.

Lo tomé a broma, y como me vio sonreír, me contó que un abuelo suyo desapareció después de colocar un reloj de péndulo frente al espejo alfonsino del salón. Fue terminar de colgarlo y, antes de bajarse de la escalera en la que estaba subido, primero se hizo transparente y luego, como el último resuello de un muerto, desapareció. Su abuela, que estaba presente, quedó petrificada.

—¡Solo Dios conoce los misterios y no somos quién para dudar de sus motivos! —exclamó el párroco amigo de la familia, y les aconsejó que dijeran en el pueblo que el abuelo se había fugado…

Hace tiempo leí que Bacon hacía retratos mirando al modelo a través de un espejo roto. Lo intenté con uno que encontré en la calle, hecho añicos, y un día que mi madre entró en el cuarto que utilizaba como estudio, quedó escandalizada y se deshizo de él sin pedirme permiso.

—Ahora entiendo por qué te va tan mal —me dijo—. Los cristales rotos son la causa de la mala suerte.

Me lo tomé como una superstición más, pero lo dijo con tanta rotundidad que ahora, cuando paso delante de un escaparate roto, miro para otro lado y me santiguo.

¿Qué registrará mejor un espejo: la tristeza, la alegría o la belleza?

De todos en los que me he visto reflejado, los más divertidos eran los deformados de las ferias antiguas; era divertido verte gordísimo y menguado, alargado como un ciprés o retorcido. Los de los escaparates son fantasmagóricos, y los de los cuartos de baño de los hospitales son siniestros.

Los de los probadores de tiendas de ropa siempre devuelven una imagen cruel; son tramposos, porque en el de nuestro baño nos vemos estupendamente. ¿Estarán domesticados, como decía Juan José Millás?

Y, hablando de reflejos, ¿cómo es posible que hayamos perdido el miedo al reflejo y ahora andemos todos compartiendo fotos nuestras en las distintas redes? Los pobres sefardíes, tan cuidadosos con la vanidad, si volvieran a la vida, escandalizados de tanto narcisismo, huirían despavoridos. Y en estas pantallas sí que quedan registradas para siempre las imágenes. Podríamos buscar en el almacenamiento de la nube la vida entera en imágenes, fotos o videos de un millennial, y ver su vida entera, para honra o para vergüenza.

Ayer, mirando en un álbum las fotos familiares antiguas —solo se hacían fotos en los acontecimientos importantes, y ¡qué bien afeitados estaban todos!—, vi una de mi padre en primer plano y recordé su pequeño espejo donde se miraba para afeitarse. ¡Cómo me gustaría recuperarlo…!


Relatos de Vicente Chumilla

Vicente Chumilla
Vicente Chumilla
Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.
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4 COMENTARIOS

  1. La critica se debe de aceptar, al socio-tonto del PP, no le gusta lo escrito, no pasa nada pelillos a la mar.
    Lo de chorrada de pintor de alguien que no sabe hacer una O con un CANUTO como es socio-tonto, ya gusta menos.
    Yo también tengo criticas. A la Reme por una feria el doble de cara que en Villena. Las atracciones en el pueblo vecino a 2,50 en Yecla a 5 euros, siendo posible el tener un precio más moderado.

    Critico la falta de médicos especialistas en el Hospital. ¿Siguen las citas con UN AÑO de demora?
    Mira, en cambio López Mira, ante las criticas mira para otro lado, que para nada mira por este pueblo.

Vicente Chumilla
Vicente Chumilla
Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.
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