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🌼 viernes 26 abril 2024
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Internet y los viejos

Ayer, tomando café en una terraza, escuché unas frases que sonaban como alegres cascabeles:
—Mi abuelo empezó de grumete y acabó manejando un galeón.
—Tu abuelo era un mequetrefe y hacia caballones en su huerto con un legón. —Acabaron riéndose los dos; no sé en qué juego de palabras andaban metidos, pero no pude seguir escuchando porque apareció un grupo de adolescentes con su griterío habitual y la magia se fastidió.

—Cuidado con los abuelos —advierte mi amigo Salvador— que a cierta edad sufren de alucinaciones y cuentan batallas atribuyéndose victorias de otros, logros épicos y oficios que nunca ejercieron; no eran tan fachas ni tan rojos, ni fueron tan protagonistas en la transición como cuentan; ni siquiera eran tan duros ni tan guapos. Lo que pasa es que eran jóvenes y eso ahora está sobrevalorado.
—Pues yo siempre daba por bueno lo que me contaba mi abuelo y lo tenía como ejemplo a seguir. Entendía que a veces exageraba, pero eso no me importaba porque sus relatos eran muy poéticos.

—Cada uno piensa que sus abuelos son los mejores, pero te voy a describir los distintos tipos de viejos que yo percibo; los divido en cuatro categorías: Unos son los «insuperables», todo lo hicieron ellos, eran unos profesionales imprescindibles, seductores, gozaban de liderazgo y todos se adaptaban a sus normas (según ellos, claro). Estos son los que dudan de las buenas intenciones de los jóvenes y siempre enarbolan esa frase maldita: «algo querrá cuando es tan amable y no se fía ni de sus nietos» —tiene razón Salvador. Yo conocí a unos cuantos de esos. Mi amigo prosigue.
—Otros son los «lloricas»; se pasan la vejez lloriqueando y quejándose de todo lo que podrían haber conseguido y sentencian: «Si hubiera sabido lo que ahora sé o volviera a nacer eso no me volvería a pasar». —Estos son mayoría, pienso yo.
—Hay una tercera categoría: «los catedráticos»; estos creen que el mundo detrás de ellos se acabará y su frase favorita es: «Si me hubieran hecho caso, no estaríamos como estamos ahora». Suelen ser muy pesados. Les llamo catedráticos, pero incluso puede que nunca pisaran la universidad —añade Salvador.
—Y los últimos, mis preferidos, son «los entusiastas» esos que tienen una memoria estupenda, pero no cuentan casi nada porque aprendieron que la vida es demasiado breve y se dedican a vivir con intensidad el presente; estos no sermonean porque saben que la vida es para vivirla y los consejos valen para poco.

—¿Tú crees que los viejos rusos o senegaleses son tan mentirosos como los de nuestro pueblo? —pregunto yo para aprovechar que hoy el bueno de Salvador está con la lengua suelta.
—Hombre, claro que sí. En todas partes los viejos exageran o cuentan lo que se espera de ellos. Antes, si un anciano decía que había sido héroe de guerra a nadie se le ocurría ponerlo en duda; ahora ante cualquier afirmación de esa índole, lo primero que hacen esos que llaman millenials es echar mano del teléfono y buscar en Google; y afirman que ahí está todo y si no apareces, es que no existes.

Es posible que ni ministros ni banqueros y ni siquiera los obispos gocen de la confianza de sus nietos. Estos buscan el nombre de sus abuelos en la Wikipedia para presumir de ellos con los amigos, pero muchos sufren el desengaño al ver que sus antepasados no dejaron huella virtual. Por eso, los viejos se reúnen entre ellos en un parque al sol y se cuentan las aventuras amorosas agrandadas.
Cada vez que he visto a un anciano enseñar su foto de la mili a una camarera, no lo he dudado, sabía que estaba asistiendo al ritual de confirmación de un hombre marchito que necesita convencerse de que ha vivido o que su vida ha tenido sentido. Y cuando la camarera le dice que era guapísimo, se retira como un pavo real exhibiendo sus plumas porque alguien ha reconocido que una vez fue joven. Y esa es la maldición de los viejos, que muchos creen que nacieron así.

Es verdad que no fueron tan buenos zapateros ni fueron funcionarios tan eficaces, pero quisieron beberse el mundo y muchos días creyeron conseguirlo.
Es muy mala la vejez de los varones; las mujeres envejecen de otra manera y los consejos de las abuelas tienen más que ver con la vida real que con las ideologías o con las religiones. Quizá ellas no tienen que demostrar que una vez fueron hermosas y jóvenes…


Relatos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Ayer, tomando café en una terraza, escuché unas frases que sonaban como alegres cascabeles:
—Mi abuelo empezó de grumete y acabó manejando un galeón.
—Tu abuelo era un mequetrefe y hacia caballones en su huerto con un legón. —Acabaron riéndose los dos; no sé en qué juego de palabras andaban metidos, pero no pude seguir escuchando porque apareció un grupo de adolescentes con su griterío habitual y la magia se fastidió.

—Cuidado con los abuelos —advierte mi amigo Salvador— que a cierta edad sufren de alucinaciones y cuentan batallas atribuyéndose victorias de otros, logros épicos y oficios que nunca ejercieron; no eran tan fachas ni tan rojos, ni fueron tan protagonistas en la transición como cuentan; ni siquiera eran tan duros ni tan guapos. Lo que pasa es que eran jóvenes y eso ahora está sobrevalorado.
—Pues yo siempre daba por bueno lo que me contaba mi abuelo y lo tenía como ejemplo a seguir. Entendía que a veces exageraba, pero eso no me importaba porque sus relatos eran muy poéticos.

—Cada uno piensa que sus abuelos son los mejores, pero te voy a describir los distintos tipos de viejos que yo percibo; los divido en cuatro categorías: Unos son los «insuperables», todo lo hicieron ellos, eran unos profesionales imprescindibles, seductores, gozaban de liderazgo y todos se adaptaban a sus normas (según ellos, claro). Estos son los que dudan de las buenas intenciones de los jóvenes y siempre enarbolan esa frase maldita: «algo querrá cuando es tan amable y no se fía ni de sus nietos» —tiene razón Salvador. Yo conocí a unos cuantos de esos. Mi amigo prosigue.
—Otros son los «lloricas»; se pasan la vejez lloriqueando y quejándose de todo lo que podrían haber conseguido y sentencian: «Si hubiera sabido lo que ahora sé o volviera a nacer eso no me volvería a pasar». —Estos son mayoría, pienso yo.
—Hay una tercera categoría: «los catedráticos»; estos creen que el mundo detrás de ellos se acabará y su frase favorita es: «Si me hubieran hecho caso, no estaríamos como estamos ahora». Suelen ser muy pesados. Les llamo catedráticos, pero incluso puede que nunca pisaran la universidad —añade Salvador.
—Y los últimos, mis preferidos, son «los entusiastas» esos que tienen una memoria estupenda, pero no cuentan casi nada porque aprendieron que la vida es demasiado breve y se dedican a vivir con intensidad el presente; estos no sermonean porque saben que la vida es para vivirla y los consejos valen para poco.

—¿Tú crees que los viejos rusos o senegaleses son tan mentirosos como los de nuestro pueblo? —pregunto yo para aprovechar que hoy el bueno de Salvador está con la lengua suelta.
—Hombre, claro que sí. En todas partes los viejos exageran o cuentan lo que se espera de ellos. Antes, si un anciano decía que había sido héroe de guerra a nadie se le ocurría ponerlo en duda; ahora ante cualquier afirmación de esa índole, lo primero que hacen esos que llaman millenials es echar mano del teléfono y buscar en Google; y afirman que ahí está todo y si no apareces, es que no existes.

Es posible que ni ministros ni banqueros y ni siquiera los obispos gocen de la confianza de sus nietos. Estos buscan el nombre de sus abuelos en la Wikipedia para presumir de ellos con los amigos, pero muchos sufren el desengaño al ver que sus antepasados no dejaron huella virtual. Por eso, los viejos se reúnen entre ellos en un parque al sol y se cuentan las aventuras amorosas agrandadas.
Cada vez que he visto a un anciano enseñar su foto de la mili a una camarera, no lo he dudado, sabía que estaba asistiendo al ritual de confirmación de un hombre marchito que necesita convencerse de que ha vivido o que su vida ha tenido sentido. Y cuando la camarera le dice que era guapísimo, se retira como un pavo real exhibiendo sus plumas porque alguien ha reconocido que una vez fue joven. Y esa es la maldición de los viejos, que muchos creen que nacieron así.

Es verdad que no fueron tan buenos zapateros ni fueron funcionarios tan eficaces, pero quisieron beberse el mundo y muchos días creyeron conseguirlo.
Es muy mala la vejez de los varones; las mujeres envejecen de otra manera y los consejos de las abuelas tienen más que ver con la vida real que con las ideologías o con las religiones. Quizá ellas no tienen que demostrar que una vez fueron hermosas y jóvenes…


Relatos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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3 COMENTARIOS

  1. La verdad yo pensaba como Copernicus que este articulo iba a ser del palo de como a las personas mayores les cuesta seguir el ritmo al que se actualizan las nuevas tecnologías y como dice mi abuela:

    – Anda mira haber que le pasa a mi móvil – y yo le digo – Haber que pasa –

    Esto me afirma como bien dice Teo que las mujeres con el paso de los años se dan cuenta de que no tiene que demostrar nada a nadie en cambio a los hombres no nos ocurre lo mismo y lo podemos ver en las redes sociales claramente con esto que ahora llamamos postureo y yo también sufro de esta fiebre

    Quizás si alguien le esto le sorprenda que yo haya leído este articulo o incluso mas que haya dejado un comentario pues a escasos días de cumplir 17 años y ya padezco en pequeña medida esto a lo que antes me he referido como fiebre. En el caso de los mayores saber que han sido importantes
    en caso de los jóvenes buscar esa importancia de quedar por en cima de los medas

  2. ¡Internet y los viejos! Pensé que trataría de los analfabetos digitales que a una edad esas habilidades digitales ya escasean. Más cuando todo es tan rápido. Hasta en las facultades de informática ya están diciendo que de seguir así esto pegará un «pedo».
    Con ciertas edades esto de seguir la estela de lo digital va a ser que no. Me dicen que acabo de salir de la categoría de analfabeto digital que sé lo que es el «metaverso». Ufff que alivio.
    No soy abuelo no me veo en ninguna de las categorías señaladas. Si alguna vez lo soy intentaré enseñarle al nieto/a aquello que las sociedades ocultan, caso de las clases sociales y sobre todo las leyes del capitalismo. Con esto la criatura ya se podría manejar «libremente».
    Por cierto, ayer celebré como dios manda el 1º de mayo día internacional de la Clase Trabajadora.
    ¿Uy, esto lo tenía que haber dicho? Lo mismo quedo como un antiguo.
    Bueno a mí plin ya sé lo que significa el metarverso.

Teo Carpena
Teo Carpena
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