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✝️ viernes 29 marzo 2024
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Distopía yeclana (II): Casas de campo, el deseo de vivir aislado

«Ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. De hecho, no necesita tener casas, la ciudad; las fachadas bastan. Las ciudades clásicas están basadas en un instinto opuesto al doméstico. La gente construye la casa para vivir en ella y la gente funda la ciudad para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya»

José Ortega y Gasset


Tras el revuelo que levantó mi artículo de la pasada semana, he estado varios días pensando sobre qué es lo que ha ocurrido en Yecla, y también en otros muchos lugares. Os dejo aquí algunas de mis reflexiones. 

Ser ciudadano es pertenecer a una sociedad y ser participe de un conjunto de derechos y de obligaciones. Desde el principio de los tiempos, los humanos nos hemos organizado en grupos, somos seres sociales.

En algunos momentos desgraciados de la historia se perdió el derecho a ser ciudadano y fuimos esclavos, lacayos o vasallos. Salir de la esclavitud para ser ciudadano de pleno derecho ha costado mucho esfuerzo. Sin embargo, ahora, fundamentalmente, ¡somos clientes o consumidores!

Habría que seguir revindicando el derecho de ciudadanía, pero para ello necesitamos querer pertenecer a una ciudad. Una ciudad viva donde el debate y el encuentro entre vecinos ayuden al entendimiento y a la transigencia, en definitiva, que nos haga crecer como ciudadanos.

Tenemos una ciudad con un centro histórico en decadencia, como en muchos otros pueblos españoles, medio deshabitados y sin negocios. No se me ocurre poner en duda el espíritu emprendedor de los yeclanos, pero sí su poca visión de futuro. Es un mal muy español y Yecla no es una república independiente.

En Yecla, una mayoría de gente ha decidido vivir fuera del núcleo urbano, fuera de la ciudad, y se construyen casas rodeadas de una parcela, con cuatro árboles, huerto y una piscina. Yo también vivo en una casa separada del pueblo y muy a gusto que estoy sin aguantar a nadie.

Todos queremos vivir en espacios amplios independientes, en unas condiciones agradables y con más autonomía; a causa de la pandemia esto se ha acentuado más.

Algunos plantean que esa es una manera más natural o más ecológica de vivir. Tengo dudas en ese asunto, pero aquí no viene a cuento. Quizá esta forma de vida sea el último resquicio de emancipación y de reivindicación de la individualidad.

Pero si buscas Yecla en Google Maps y ves las imágenes de satélite, se aprecian cientos de chalets con piscinas; hasta 3.000 según las últimas estadísticas oficiales, que son de 2011 (ahora será muchos más). Se me ocurre entonces pensar dos cosas: O hemos perdido el norte o somos unos visionarios. Eso sí, yo no tengo piscina, me da miedo el agua.

yecla-google-maps

Quizás ya no sea necesario mantener la vida comunal en torno a un espacio definido y  hemos optado por un modelo de ciudad deconstruida (como hizo el famoso cocinero con la tortilla de patatas).

Esta nueva forma de vida y otras razones evidentes (como los grandes supermercados y las dos crisis: la financiera y la del virus), han acabado definitivamente con el pequeño comercio. Hemos deslocalizado todo: el ocio, el comercio y los lugares de encuentro. La gente se ha refugiado en sus casas-nido, como espectadores de plataformas globales y ha creado su propio núcleo cerrado de relaciones.

Desde hace tiempo además, mucha gente ha convertido estas casas de campo en primera vivienda, abandonando definitivamente el casco urbano. Al final, acabaremos no soportando a nadie…

La parte más positiva del asunto es que se construye a partir de las necesidades de la familia, sin promotor ni intermediarios, a veces incluso sin arquitecto. Se trata pues de evitar, en la medida de lo posible, la intervención de administraciones públicas. Cada cual adapta su parcela a sus necesidades. Cada uno tiene su propia patria.

Creo que esta huida hacia las casas de campo refleja la realidad de una sociedad descreída, de unos ciudadanos que no confían en sus gobernantes ni en la forma de organización actual. Pero al mismo tiempo, esta forma de vida lleva emparejada un aislamiento social donde cada uno se relaciona exclusivamente con sus amigos o con la gente que piensa de la misma manera, creando grupos endogámicos y herméticos, que nos conducen directamente a la ceguera de otras realidades. Dejar de ser ciudadanos para ser pobladores cercados nos hace más frágiles y más radicales.

Hasta mediados del siglo XX, la gente trabajaba en grandes casas de campo donde habitaban varias familias, eran núcleos sociales repartidos por toda la comarca y esas casas desde que se abandonó la agricultura o desde que la agricultura se convirtió en otra cosa, se quedaron descuidadas y la mayoría está en ruinas.

Ruinas en el centro y ruinas en los antiguos núcleos agrícolas de convivencia; eran casas con nombres poéticos, algunas veces, o con nombres de familias, otras.

Entiendo el cambio, pero pasar de un pueblo agrícola de secano a una ciudad industrial quizá nos confundió un poco. Deberíamos haber ganado en algo más que en aislamiento y en jactancia. Por cierto, escucho mucho revuelo últimamente sobre los cultivos intensivos, pero nadie habla de las más 3.000 piscinas privadas que se llenan cada verano, algunas hasta en varias ocasiones. No tengo una opinión clara sobre el tema del agua, pero pensaba que éramos un pueblo de secano. 

He vivido cerca de ciudades grandes en urbanizaciones ordenadas, dirigidas por promotoras y especuladores y con ciertos servicios comunes en algunos casos. Esto es mucho peor que lo que se da en Yecla, porque estas urbanizaciones, además de tener la parte negativa del aislamiento, contribuyen a un mercado excesivamente especulativo.

Además, he leído bastante sobre soluciones medioambientales y de viviendas individuales, pero la mayoría de las propuestas están pensadas para grupos donde se comparten servicios y energía para hacer posible la viabilidad ecológica; eso nos vuelve a llevar a la idea de comunidad. Y en nuestro caso, parece que ese tema queda descartado.

Creo que eso aquí no funcionaría, a la gente le horroriza la uniformidad y además las casas están rodeadas de muros, setos o vallas que impiden ver el interior, cerrándose así a cualquier injerencia.

Porque lo que defienden mayoritariamente es una forma de vida aislada, pero al mismo tiempo, esa individualidad nos lleva de manera inconsciente a alimentar eso de lo que huimos: la uniformidad. La globalidad nos absorbe y ahora pertenecemos a una comunidad globalizada donde las opiniones y los debates se manejan desde las redes sociales. Y la globalidad nos ha robado la identidad.

Reconozco las contradicciones en este asunto y creo que se presta a un debate intenso y complejo. Por ejemplo, a mí no me gustan las fiestas populares, es algo que forma parte de mi carácter; pero creo que es el único espacio para la convivencia ciudadana, el instrumento perfecto para el encuentro, pues la gente participa de forma masiva.

Pero no me negaréis que si no eres de Yecla y no perteneces a una escuadra de arcabuceros, a una peña de San Isidro o no tienes amigos en alguno de esos grupos, te quedas al margen, en un limbo.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

«Ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. De hecho, no necesita tener casas, la ciudad; las fachadas bastan. Las ciudades clásicas están basadas en un instinto opuesto al doméstico. La gente construye la casa para vivir en ella y la gente funda la ciudad para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya»

José Ortega y Gasset


Tras el revuelo que levantó mi artículo de la pasada semana, he estado varios días pensando sobre qué es lo que ha ocurrido en Yecla, y también en otros muchos lugares. Os dejo aquí algunas de mis reflexiones. 

Ser ciudadano es pertenecer a una sociedad y ser participe de un conjunto de derechos y de obligaciones. Desde el principio de los tiempos, los humanos nos hemos organizado en grupos, somos seres sociales.

En algunos momentos desgraciados de la historia se perdió el derecho a ser ciudadano y fuimos esclavos, lacayos o vasallos. Salir de la esclavitud para ser ciudadano de pleno derecho ha costado mucho esfuerzo. Sin embargo, ahora, fundamentalmente, ¡somos clientes o consumidores!

Habría que seguir revindicando el derecho de ciudadanía, pero para ello necesitamos querer pertenecer a una ciudad. Una ciudad viva donde el debate y el encuentro entre vecinos ayuden al entendimiento y a la transigencia, en definitiva, que nos haga crecer como ciudadanos.

Tenemos una ciudad con un centro histórico en decadencia, como en muchos otros pueblos españoles, medio deshabitados y sin negocios. No se me ocurre poner en duda el espíritu emprendedor de los yeclanos, pero sí su poca visión de futuro. Es un mal muy español y Yecla no es una república independiente.

En Yecla, una mayoría de gente ha decidido vivir fuera del núcleo urbano, fuera de la ciudad, y se construyen casas rodeadas de una parcela, con cuatro árboles, huerto y una piscina. Yo también vivo en una casa separada del pueblo y muy a gusto que estoy sin aguantar a nadie.

Todos queremos vivir en espacios amplios independientes, en unas condiciones agradables y con más autonomía; a causa de la pandemia esto se ha acentuado más.

Algunos plantean que esa es una manera más natural o más ecológica de vivir. Tengo dudas en ese asunto, pero aquí no viene a cuento. Quizá esta forma de vida sea el último resquicio de emancipación y de reivindicación de la individualidad.

Pero si buscas Yecla en Google Maps y ves las imágenes de satélite, se aprecian cientos de chalets con piscinas; hasta 3.000 según las últimas estadísticas oficiales, que son de 2011 (ahora será muchos más). Se me ocurre entonces pensar dos cosas: O hemos perdido el norte o somos unos visionarios. Eso sí, yo no tengo piscina, me da miedo el agua.

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Quizás ya no sea necesario mantener la vida comunal en torno a un espacio definido y  hemos optado por un modelo de ciudad deconstruida (como hizo el famoso cocinero con la tortilla de patatas).

Esta nueva forma de vida y otras razones evidentes (como los grandes supermercados y las dos crisis: la financiera y la del virus), han acabado definitivamente con el pequeño comercio. Hemos deslocalizado todo: el ocio, el comercio y los lugares de encuentro. La gente se ha refugiado en sus casas-nido, como espectadores de plataformas globales y ha creado su propio núcleo cerrado de relaciones.

Desde hace tiempo además, mucha gente ha convertido estas casas de campo en primera vivienda, abandonando definitivamente el casco urbano. Al final, acabaremos no soportando a nadie…

La parte más positiva del asunto es que se construye a partir de las necesidades de la familia, sin promotor ni intermediarios, a veces incluso sin arquitecto. Se trata pues de evitar, en la medida de lo posible, la intervención de administraciones públicas. Cada cual adapta su parcela a sus necesidades. Cada uno tiene su propia patria.

Creo que esta huida hacia las casas de campo refleja la realidad de una sociedad descreída, de unos ciudadanos que no confían en sus gobernantes ni en la forma de organización actual. Pero al mismo tiempo, esta forma de vida lleva emparejada un aislamiento social donde cada uno se relaciona exclusivamente con sus amigos o con la gente que piensa de la misma manera, creando grupos endogámicos y herméticos, que nos conducen directamente a la ceguera de otras realidades. Dejar de ser ciudadanos para ser pobladores cercados nos hace más frágiles y más radicales.

Hasta mediados del siglo XX, la gente trabajaba en grandes casas de campo donde habitaban varias familias, eran núcleos sociales repartidos por toda la comarca y esas casas desde que se abandonó la agricultura o desde que la agricultura se convirtió en otra cosa, se quedaron descuidadas y la mayoría está en ruinas.

Ruinas en el centro y ruinas en los antiguos núcleos agrícolas de convivencia; eran casas con nombres poéticos, algunas veces, o con nombres de familias, otras.

Entiendo el cambio, pero pasar de un pueblo agrícola de secano a una ciudad industrial quizá nos confundió un poco. Deberíamos haber ganado en algo más que en aislamiento y en jactancia. Por cierto, escucho mucho revuelo últimamente sobre los cultivos intensivos, pero nadie habla de las más 3.000 piscinas privadas que se llenan cada verano, algunas hasta en varias ocasiones. No tengo una opinión clara sobre el tema del agua, pero pensaba que éramos un pueblo de secano. 

He vivido cerca de ciudades grandes en urbanizaciones ordenadas, dirigidas por promotoras y especuladores y con ciertos servicios comunes en algunos casos. Esto es mucho peor que lo que se da en Yecla, porque estas urbanizaciones, además de tener la parte negativa del aislamiento, contribuyen a un mercado excesivamente especulativo.

Además, he leído bastante sobre soluciones medioambientales y de viviendas individuales, pero la mayoría de las propuestas están pensadas para grupos donde se comparten servicios y energía para hacer posible la viabilidad ecológica; eso nos vuelve a llevar a la idea de comunidad. Y en nuestro caso, parece que ese tema queda descartado.

Creo que eso aquí no funcionaría, a la gente le horroriza la uniformidad y además las casas están rodeadas de muros, setos o vallas que impiden ver el interior, cerrándose así a cualquier injerencia.

Porque lo que defienden mayoritariamente es una forma de vida aislada, pero al mismo tiempo, esa individualidad nos lleva de manera inconsciente a alimentar eso de lo que huimos: la uniformidad. La globalidad nos absorbe y ahora pertenecemos a una comunidad globalizada donde las opiniones y los debates se manejan desde las redes sociales. Y la globalidad nos ha robado la identidad.

Reconozco las contradicciones en este asunto y creo que se presta a un debate intenso y complejo. Por ejemplo, a mí no me gustan las fiestas populares, es algo que forma parte de mi carácter; pero creo que es el único espacio para la convivencia ciudadana, el instrumento perfecto para el encuentro, pues la gente participa de forma masiva.

Pero no me negaréis que si no eres de Yecla y no perteneces a una escuadra de arcabuceros, a una peña de San Isidro o no tienes amigos en alguno de esos grupos, te quedas al margen, en un limbo.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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7 COMENTARIOS

  1. Que malo llevan las envidias algun@s, los marqueses de galapagar, por ser de pensamiento progre y sin dar palos al agua en sus vidas pueden vivir en un chalet a lo grane, con piscina, casa de invitados y rodeado de arboles, pero los yeclanos que llevan toda su vida trabajando muy duro, NO, se os ve el plumero demasiado, vuestros pensamientos son ambiguos.

  2. Alucino en colores y no es de la hierba que no me he fumado. Aquí viene alguien con buena intención a hablar de lo que ve, da su opinión, y le contestan hablándole de George Soros, y no lo hacen de Stephen Hawking porque no sale en el catecismo de la ultraderecha. Y Soros preocupadísimo en este momento de ver lo que pasa en Yecla, seguro que no tiene otra cosa que hacer. Aprovecho para felicitar de todo corazón a Seguidor, que tiene una piscina de la que no se evapora el agua a pesar del calor que hace en Yecla.

  3. Totalmente de acuerdo con el artículo, hace años cuando llegué a esta ciudad me chocó lo vacías que estaban las calles, no parecía que había vida, el primer verano que pasé aquí era un pueblo fantasma y por las tardes estaba todo cerrado, cuando por fin parecía que había algo de vida, llegó el coronavirus, todo el mundo se aisló en sus campos con “su gente”. Lo de las fiestas populares a mi me pasa igual. Supongo que los que sólo los que no somos de Yecla podemos entender a lo que se refiere, que no es por atacar a los yeclanos, son maneras de vivir, y he vivido incluso fuera de españa, que se lo que es adaptarse a otras costumbres.

  4. Uy, hablas de Soros. Muy bien. Un ultra capitalista disfrazado de progre.
    Financia la inmigración a través de sus múltiples ONGs, no por amor a esas pobres personas, si no, cómo vehículo para desestabilizar las sociedades europeas creándole importantes contradicciones.
    Todo para medrar en sus variados intereses.
    No es ajeno a los lacis amarillos de los separatistas catalanes, y de las revoluciones de colores, primaveras árabes…
    Hay un libro para leer: «Soros rompiendo España». No te lo pierdas.
    Libertad de opinión dices.
    Me confirmaría en que los medios nos dijeran quienes son sus accionistas mayoritarios.
    El País. Accionistas; grandes bancos españoles, USA, Ingleses, fondos de inversión, grandes corporaciones…
    Por poner un periódico de supuesta izquierda.
    Si nos vamos a los medios de los obispos, ABC…ya ni te cuento.
    Una manipulación masiva.
    De ahí que la libertad de expresión se queda para los que tienen capitales para invertir en «medios de manipulación masivos».
    Teo puede ser «libre» en opinar cómo buen recién llegado pero estos son meses para que sea asimilado. Aún manteniendo su independencia no mueve molino.
    Los otros si. Nos movemos en un círculo vicioso en beneficio de los grandes poderes económicos.

  5. Estupendo Teodoro, que bueno es tener libertad de expresar lo que siente uno, aunque reportaje creo que opinas de muchas cosas sin saber muy bien la realidad de las mismas, ejemplos.
    1, la implantación de los centro comerciales en España fue cosa de Felipe Gonzale, a principios de los 80. socialista de pro.
    2, eso que dices de las casas de campo en Yecla que están construida sin licencias de ningún tipo, me parece un poco fuerte, no estas informado bien, las casa sin licencias de Yeclas se hicieron que se legalizaran todas y pagaran todo lo que debían, de lo contrario la hicieron derribar, de hecho algunas las derribaron, yo habilite un espacio cubierto para la mascota en mi campo y a los dos años me pasaron los recibos de pagos varios, de lo contrario me la hacían quitar en 30 o 60 días.
    3, el agua de las piscinas duran años en ellas sin tener que ser cambiaba, los nuevos métodos de depuración así lo certifican, yo en el 2006 me construir una piscina y te puedo certificar que en 14 años le que cambiado el agua 3 o 4 veces solamente.

    Volviendo al tema del principio, que lastima admirado Teo, no te haces la pregunta de por qué en algunos países no se puede tener esa libertad que tu demuestras aquí y ahora?, y por qué en las redes sociales ahora, si piensas diferentes y das tu punto de vista libre, te tachan de mentiroso, provocador de bulos y hasta te cierran tu cuenta, crees que la libertad de expresión se merece esto que están haciendo con ella? la libertad de expresión cada día está siendo más machacada, siento decir esto, pero para mí es lo que ando experimentado últimamente, a ver si hablas de estos monopolios de la desinformación dirigidos por los alto lobbys políticos, cuyo baluarte es la Open Society Foundations de George Soro, algún día me gustaría que dieras tu opinión, sin tapujos por favor…Muchas gracias.. Un seguidor.

    • Propongo como lugar para socializar durante todo el año las parroquias de nuestra ciudad. Hay mucho donde elegir: grupos, coros, charlas, actividades diversas, misas, encuentros, …hasta el infinito y más allá, y encima gratis. Es una cosa tremenda. Aparte de lo espiritual, yo he aprendido floricultura, guitarra, canto y papiroflexia. Es comprensible que necesite salir al campo a desconectar de tanta socialización.

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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