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✝️ viernes 29 marzo 2024
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Huevos fritos y la triada murciana

Dice Ana que esto es más de lo mismo, o lo mismo de siempre: venderse por un plato de lentejas, aunque yo digo que estos se cotizan más caro.

Ana dice que la derecha es inmoral, yo digo que la izquierda es torpe y que la gente que les vota me da pena porque se entusiasman y luego sienten vergüenza de ser murcianos. A mí me parece una perogrullada: como mucho, se puede sentir vergüenza de los políticos que nos representan, pero somos nosotros los que les votamos y asistimos a las urnas cada vez que nos convocan como corderitos al matadero. Lo que no se puede consentir a estos tuercebotas es que siempre sean los protagonistas, ni siquiera han dejado que el coronavirus sea el centro de atención de nuestra vida, siempre son ellos; creo que son unos consentidos narcisistas.

—¡Anda Teo que tú no votas nunca!

—Eso es verdad, a mí lo que me da vergüenza es votar a políticos; a mí me gustaría que se democratizara el sector de la fontanería y poder votar cada año a los que mejor ejercen la digna profesión de plombier, que dirían los franceses.

Al final, apagamos la televisión y ponemos música.

Estamos preparando la cena, voy pelando las alcachofas y cortando los ajicos tiernos; Ana fríe unos huevos que parecen preparados para la mesa de un restaurante de estrella Michelín. Dice que en la mesa y en la cama la vista tiene mucha importancia: también se ama y se come con los ojos. Nos miramos con la complicidad de los amantes que necesitan pocas cosas que decirse.

Es nuestra cena favorita: huevos fritos con alcaciles y ajicos tiernos. El aceite chisporrotea, vamos poniendo la mesa, abro una botella de vino tinto, suena música en el tono que nos gusta a los dos, siempre con preferencia por el rock sinfónico o la música clásica. Ana es muy expresiva y entusiasta hablando de músicos y recuerda cuando los escuchó por primera vez o de los conciertos en directo a los que asistió.

Saturno mueve la orejas y a veces una pata, siguiendo el ritmo de la percusión, y cuando suenan los solos de guitarra o de piano levanta la cabeza y mueve las orejas como si fuesen antenas parabólicas. Ana y yo lo observamos y nos reímos, tenemos unos animales melómanos, pues Alba levanta la cabeza y maúlla cada vez que se detiene la música; quiere seguir escuchando, somos una familia tranquila y muy hogareña.

“La vida pasa demasiado deprisa”, me dice Ana. Planificamos viajes para cuando esta maldita pandemia lo permita y nos recreamos en los lugares que hemos conocido por separado y queremos volver a visitar juntos: Ella me habla de Venecia y sentimos el vaivén de la góndola atravesando el Gran Canal. Yo le hablo de París y olemos el café de las terrazas cerca del Sena o le describo el mediterráneo francés y la costa Azul.

Suena el teléfono, interrumpiendo nuestra íntima velada. Son Salvador y Concha, tienen que celebrar algo con nosotros. No nos gustan las interrupciones en nuestro paraíso particular, pero cuando son nuestros amigos sacrificamos está serenidad. El amor y la amistad son las únicas relaciones por las que merece la pena esta maldita vida.

Traen un vino de Oporto espectacular, una tarta de chocolate casera y los dos sonríen como niños. Saturno da saltos de alegría cuando ve a Salvador y la gata con una tranquilidad de marquesa exquisita, salta y se coloca en el regazo de Concha, esta le acaricia el lomo y la gata vuelve a su sitio. Así son los gatos, manifiestan su cariño con esa manera tan particular, exigiendo su ración de caricias.

Estamos impaciente, cortamos la tarta, llenamos las copas y por fin sueltan la noticia: van a ser abuelos otra vez, pero ahora de su hija, que llevaba años intentando quedarse embarazada.

Brindamos, les felicitamos, nos reímos y por un segundo me quedo hipnotizado pensando que esto es la felicidad, las pequeñas cosas, la amistad y el anuncio de una nueva vida; el resto solo son garambainas o algarabía. Da gusto ver felices a los amigos.

—Nos han llamado hace un rato para darnos la noticia, solo espero que para cuando nazca la criatura, dentro de siete meses, tengamos ya la vacuna y podamos viajar.

—Muy optimista te veo —le contesta Salvador— porque ahora solo falta que al enredarse los políticos en sus intrigas, se olviden de las vacunas.

—No seas cenizo —le corta Ana.

Y como no es posible separarse totalmente de la realidad, Salvador insiste en el tema de la triada murciana y de la moción de censura; nos reímos con ganas, aunque sabemos que la cosa no es de risa cuando ves que los políticos de pacotilla, incluso cuando la situación requiere sacrificio y entrega al bien común, solo piensan en su bienestar y en su bolsillo, sin duda, las más comunes de sus preocupaciones.

Concha y Ana son generosas y dicen que no son todos iguales. Salvador y yo volvemos a brindar para que a la criatura que nacerá en unos meses le toque en suerte una clase política más honrada y, sobre todo, más inteligente.


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Dice Ana que esto es más de lo mismo, o lo mismo de siempre: venderse por un plato de lentejas, aunque yo digo que estos se cotizan más caro.

Ana dice que la derecha es inmoral, yo digo que la izquierda es torpe y que la gente que les vota me da pena porque se entusiasman y luego sienten vergüenza de ser murcianos. A mí me parece una perogrullada: como mucho, se puede sentir vergüenza de los políticos que nos representan, pero somos nosotros los que les votamos y asistimos a las urnas cada vez que nos convocan como corderitos al matadero. Lo que no se puede consentir a estos tuercebotas es que siempre sean los protagonistas, ni siquiera han dejado que el coronavirus sea el centro de atención de nuestra vida, siempre son ellos; creo que son unos consentidos narcisistas.

—¡Anda Teo que tú no votas nunca!

—Eso es verdad, a mí lo que me da vergüenza es votar a políticos; a mí me gustaría que se democratizara el sector de la fontanería y poder votar cada año a los que mejor ejercen la digna profesión de plombier, que dirían los franceses.

Al final, apagamos la televisión y ponemos música.

Estamos preparando la cena, voy pelando las alcachofas y cortando los ajicos tiernos; Ana fríe unos huevos que parecen preparados para la mesa de un restaurante de estrella Michelín. Dice que en la mesa y en la cama la vista tiene mucha importancia: también se ama y se come con los ojos. Nos miramos con la complicidad de los amantes que necesitan pocas cosas que decirse.

Es nuestra cena favorita: huevos fritos con alcaciles y ajicos tiernos. El aceite chisporrotea, vamos poniendo la mesa, abro una botella de vino tinto, suena música en el tono que nos gusta a los dos, siempre con preferencia por el rock sinfónico o la música clásica. Ana es muy expresiva y entusiasta hablando de músicos y recuerda cuando los escuchó por primera vez o de los conciertos en directo a los que asistió.

Saturno mueve la orejas y a veces una pata, siguiendo el ritmo de la percusión, y cuando suenan los solos de guitarra o de piano levanta la cabeza y mueve las orejas como si fuesen antenas parabólicas. Ana y yo lo observamos y nos reímos, tenemos unos animales melómanos, pues Alba levanta la cabeza y maúlla cada vez que se detiene la música; quiere seguir escuchando, somos una familia tranquila y muy hogareña.

“La vida pasa demasiado deprisa”, me dice Ana. Planificamos viajes para cuando esta maldita pandemia lo permita y nos recreamos en los lugares que hemos conocido por separado y queremos volver a visitar juntos: Ella me habla de Venecia y sentimos el vaivén de la góndola atravesando el Gran Canal. Yo le hablo de París y olemos el café de las terrazas cerca del Sena o le describo el mediterráneo francés y la costa Azul.

Suena el teléfono, interrumpiendo nuestra íntima velada. Son Salvador y Concha, tienen que celebrar algo con nosotros. No nos gustan las interrupciones en nuestro paraíso particular, pero cuando son nuestros amigos sacrificamos está serenidad. El amor y la amistad son las únicas relaciones por las que merece la pena esta maldita vida.

Traen un vino de Oporto espectacular, una tarta de chocolate casera y los dos sonríen como niños. Saturno da saltos de alegría cuando ve a Salvador y la gata con una tranquilidad de marquesa exquisita, salta y se coloca en el regazo de Concha, esta le acaricia el lomo y la gata vuelve a su sitio. Así son los gatos, manifiestan su cariño con esa manera tan particular, exigiendo su ración de caricias.

Estamos impaciente, cortamos la tarta, llenamos las copas y por fin sueltan la noticia: van a ser abuelos otra vez, pero ahora de su hija, que llevaba años intentando quedarse embarazada.

Brindamos, les felicitamos, nos reímos y por un segundo me quedo hipnotizado pensando que esto es la felicidad, las pequeñas cosas, la amistad y el anuncio de una nueva vida; el resto solo son garambainas o algarabía. Da gusto ver felices a los amigos.

—Nos han llamado hace un rato para darnos la noticia, solo espero que para cuando nazca la criatura, dentro de siete meses, tengamos ya la vacuna y podamos viajar.

—Muy optimista te veo —le contesta Salvador— porque ahora solo falta que al enredarse los políticos en sus intrigas, se olviden de las vacunas.

—No seas cenizo —le corta Ana.

Y como no es posible separarse totalmente de la realidad, Salvador insiste en el tema de la triada murciana y de la moción de censura; nos reímos con ganas, aunque sabemos que la cosa no es de risa cuando ves que los políticos de pacotilla, incluso cuando la situación requiere sacrificio y entrega al bien común, solo piensan en su bienestar y en su bolsillo, sin duda, las más comunes de sus preocupaciones.

Concha y Ana son generosas y dicen que no son todos iguales. Salvador y yo volvemos a brindar para que a la criatura que nacerá en unos meses le toque en suerte una clase política más honrada y, sobre todo, más inteligente.


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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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