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🌼 jueves 25 abril 2024
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La filosofía de un podador

Casi todas las mañanas, Salvador viene en una vieja motocicleta que despide un humo apestoso y un ruido insoportable. Cuando escucho ese maldito petardeo, dejo lo que estoy haciendo y preparo la cafetera. Nos sentamos un rato en el porche de la casa. Saturno se sienta siempre a su lado. De hecho, cuando llega el podador parece que yo no existo; y es que la compañía de este hombre es tan gratificante que mi perro no se separa de él en toda la mañana.

Salvador es un hombre inquieto y sereno, si bien de vez en cuando suelta algunas perlas que me dejan boquiabierto. La semana pasada va y me dice:

—¿No le parece a usted que los deseos humanos conducen a las personas a las preocupaciones y al desengaño? Y es que todo lo que se desea de este mundo es roñoso o corrupto.

—¡Mon dieu, Salvador! ¿Esa reflexión así, de buena mañana?

—Yo es que me levanto cada día preguntándome sobre el sentido de la vida.

—¿Y le encuentras el sentido?

—No, pero me lo paso bien.

—A mí, eso me pasa por las noches, sobre todo cuando me desvelo.

—Yo por la noche me duermo nada más tocar la cabeza con la almohada, acabo muy cansado. Ya no soy el que era, Teodoro.

—¡Pero si estás hecho un chaval!

—No me ha conocido usted a mí de joven, era capaz de podar 300 oliveras y llegar a casa al anochecer hecho un toro.

—C’est la vie. ¿Has leído alguna vez algo de filosofía?

—En mi casa hay un libro muy antiguo, que creo que era de mi abuelo; allí es donde leo algunas reflexiones.

—¿Sabes cómo se titula el libro o recuerdas el nombre del autor?

—El título es algo así como “reflexiones” o “meditaciones”; no estoy muy seguro. Pero su autor es un tal Marco Aurelio.

—Pues ese era uno de los estoicos más importantes y fue emperador romano.

—¿Entonces es muy antiguo?

—Sí, muy antiguo y provechoso…

—A mí me sienta bien. El libro ha estado toda la vida por mi casa, lo conozco desde niño. Al principio no entendía nada, pero poco a poco fui comprendiendo. Es el único libro que tenemos, aparte de la enciclopedia y los libros del colegio de los zagales.

—Traetelo el próximo día y le echo una ojeada; me gustan los libros viejos.

—¡Voy ahora mismo al pueblo y me lo traigo!

—No hombre, no. ¿Cómo te vas a ir ahora?

—En la moto no tardo nada

—No, no, tranquilo.  Además, ¿no me habías dicho que hoy toca hacer repaso de la huerta?

Cuando dimos por finalizada nuestra tertulia y acabamos el café, él se fue a sus faenas y yo me quedé pensando. Cuando una persona que ha leído poco lee algo bueno, le alimenta mucho más que a los muy leídos. Conozco a unos cuantos que tienen un puñado de libros mal leídos y que son unos pedantes insoportables.

Al día siguiente, Salvador trajo el libro en una bolsa de plástico del supermercado. Se notaba que ese libro de tapa dura de cartón, muy desgastado, había sido abierto muchas veces por manos labriegas, o eso quise imaginarme yo. Las hojas estaban amarillentas y manoseadas. ¡Las meditaciones de Marco Aurelio! Me saltaron dos lágrimas de emoción que disimulé delante de Salvador, diciendo que ese día me había levantado con picor de ojos.

—Láveselos con manzanilla, es el mejor remedio.

Parecía que el destino me quería mostrar algo, poniendo delante de mis narices a un hombre sencillo, poseedor de las esencias del estoicismo de manera natural. Y es que he conocido a muchos pedantes de café antiguo de gran ciudad, disertando sobre la austeridad, el decrecimiento y el anticonsumo, pero calzando unas zapatillas más caras que toda la ropa que tiene Salvador en su casa. Los he visto en todas partes, abundan.

Me interesa mucho cuando Salvador me habla de la poda de los almendros, del mimo que hay que tener con los panales, de la importancia de las abejas en la naturaleza, o de la resistencia de los olivos.

Es un conversador pausado.

Y dice frases como estas: “Todo lo que poseemos no nos sirve de nada”  o  “la mejor defensa es no ponerse a la misma altura que el adversario”. (Esto trae a mi memoria algunos debates parlamentarios vergonzantes).

Aun así, la que más me gusta es la siguiente:

 “Un hombre cabal en la vida civil y en la vida militar, tiene que ser el dueño de sus deseos y no ser nunca esclavo de sus vicios ni de sus caprichos”.

En las suelas siempre lleva tierra. Habla con los árboles y cuando maneja las tomateras parece que acaricia a una mujer.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Casi todas las mañanas, Salvador viene en una vieja motocicleta que despide un humo apestoso y un ruido insoportable. Cuando escucho ese maldito petardeo, dejo lo que estoy haciendo y preparo la cafetera. Nos sentamos un rato en el porche de la casa. Saturno se sienta siempre a su lado. De hecho, cuando llega el podador parece que yo no existo; y es que la compañía de este hombre es tan gratificante que mi perro no se separa de él en toda la mañana.

Salvador es un hombre inquieto y sereno, si bien de vez en cuando suelta algunas perlas que me dejan boquiabierto. La semana pasada va y me dice:

—¿No le parece a usted que los deseos humanos conducen a las personas a las preocupaciones y al desengaño? Y es que todo lo que se desea de este mundo es roñoso o corrupto.

—¡Mon dieu, Salvador! ¿Esa reflexión así, de buena mañana?

—Yo es que me levanto cada día preguntándome sobre el sentido de la vida.

—¿Y le encuentras el sentido?

—No, pero me lo paso bien.

—A mí, eso me pasa por las noches, sobre todo cuando me desvelo.

—Yo por la noche me duermo nada más tocar la cabeza con la almohada, acabo muy cansado. Ya no soy el que era, Teodoro.

—¡Pero si estás hecho un chaval!

—No me ha conocido usted a mí de joven, era capaz de podar 300 oliveras y llegar a casa al anochecer hecho un toro.

—C’est la vie. ¿Has leído alguna vez algo de filosofía?

—En mi casa hay un libro muy antiguo, que creo que era de mi abuelo; allí es donde leo algunas reflexiones.

—¿Sabes cómo se titula el libro o recuerdas el nombre del autor?

—El título es algo así como “reflexiones” o “meditaciones”; no estoy muy seguro. Pero su autor es un tal Marco Aurelio.

—Pues ese era uno de los estoicos más importantes y fue emperador romano.

—¿Entonces es muy antiguo?

—Sí, muy antiguo y provechoso…

—A mí me sienta bien. El libro ha estado toda la vida por mi casa, lo conozco desde niño. Al principio no entendía nada, pero poco a poco fui comprendiendo. Es el único libro que tenemos, aparte de la enciclopedia y los libros del colegio de los zagales.

—Traetelo el próximo día y le echo una ojeada; me gustan los libros viejos.

—¡Voy ahora mismo al pueblo y me lo traigo!

—No hombre, no. ¿Cómo te vas a ir ahora?

—En la moto no tardo nada

—No, no, tranquilo.  Además, ¿no me habías dicho que hoy toca hacer repaso de la huerta?

Cuando dimos por finalizada nuestra tertulia y acabamos el café, él se fue a sus faenas y yo me quedé pensando. Cuando una persona que ha leído poco lee algo bueno, le alimenta mucho más que a los muy leídos. Conozco a unos cuantos que tienen un puñado de libros mal leídos y que son unos pedantes insoportables.

Al día siguiente, Salvador trajo el libro en una bolsa de plástico del supermercado. Se notaba que ese libro de tapa dura de cartón, muy desgastado, había sido abierto muchas veces por manos labriegas, o eso quise imaginarme yo. Las hojas estaban amarillentas y manoseadas. ¡Las meditaciones de Marco Aurelio! Me saltaron dos lágrimas de emoción que disimulé delante de Salvador, diciendo que ese día me había levantado con picor de ojos.

—Láveselos con manzanilla, es el mejor remedio.

Parecía que el destino me quería mostrar algo, poniendo delante de mis narices a un hombre sencillo, poseedor de las esencias del estoicismo de manera natural. Y es que he conocido a muchos pedantes de café antiguo de gran ciudad, disertando sobre la austeridad, el decrecimiento y el anticonsumo, pero calzando unas zapatillas más caras que toda la ropa que tiene Salvador en su casa. Los he visto en todas partes, abundan.

Me interesa mucho cuando Salvador me habla de la poda de los almendros, del mimo que hay que tener con los panales, de la importancia de las abejas en la naturaleza, o de la resistencia de los olivos.

Es un conversador pausado.

Y dice frases como estas: “Todo lo que poseemos no nos sirve de nada”  o  “la mejor defensa es no ponerse a la misma altura que el adversario”. (Esto trae a mi memoria algunos debates parlamentarios vergonzantes).

Aun así, la que más me gusta es la siguiente:

 “Un hombre cabal en la vida civil y en la vida militar, tiene que ser el dueño de sus deseos y no ser nunca esclavo de sus vicios ni de sus caprichos”.

En las suelas siempre lleva tierra. Habla con los árboles y cuando maneja las tomateras parece que acaricia a una mujer.


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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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