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🍇 martes 15 octubre 2024
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La pintura y la ceguera

Le llaman Miguelote, vende cupones de la ONCE en un quiosco cerca de mi casa, y como sabe que soy pintor, de vez en cuando me pide que le describa el color de las nubes. Yo le digo que él no tiene ni idea de cómo es el gris o el azul, y él, con guasa, me contesta:

—El que no tiene ni idea eres tú de lo que soy capaz de imaginar.

Y asegura que los videntes, a base de mirar pantallas en exceso, hemos perdido la cualidad de la observación y de la fantasía.

—Y estáis a un paso de perder el juicio.

Es ciego de nacimiento y dice que a cada uno de los colores le tiene atribuida una cualidad, y en su cerebro nacen imágenes alucinantes al oír, por ejemplo, la palabra «verde». Yo le argumento que la pintura solo es apreciable por un vidente. Miguelote, desafiante, me ha propuesto que organicemos una excursión al Museo del Prado, los dos solos.

—Tú me cuentas y yo imagino.

Estando en la National Gallery de Londres, vi a una chica hacer de guía con un grupo de niños ciegos, todos sentados en el suelo frente al cuadro, y la monitora iba relatando. Me picó la curiosidad, pero como no hablo ni entiendo inglés, me quedé con las ganas. Eso sí, los niños permanecían atentos y sonrientes. Imagino que les contaba la historia de lo que se representaba en el cuadro.

Recuerdo que era una pintura de Tiziano, «Acteón y Diana». Un joven cazador, acompañado de sus perros, aparta una cortina roja y sorprende a Diana bañándose con sus ninfas en un arroyo. ¿Imaginaban los inglesitos los cuerpos desnudos de las bañistas y por eso sonreían? El final de la historia es tremendo. La diosa, que estaba consagrada a la castidad, en venganza convierte al mirón en ciervo, y es atacado por sus propios perros. Algunos niños se tapaban la boca en señal de asombro al escuchar el relato…

Entiendo que las historias mitológicas puedan transmitirse a través de palabras, pero describir la pintura es otra cosa.

Antes de aventurarme a hacer de guía con el ciego, decidí ir solo al museo y averiguar qué puedo contar de algunos cuadros que me gustan. ¿Cómo podría describírselos a Miguelote?

«El lavatorio» de Tintoretto y la perspectiva (lo del perro en primer plano puedo, pero lo demás…).

«Las Meninas» de Velázquez, ¿cómo describir el espacio, el gris rosáceo del piso, la luz lateral o el aire contenido en esta pintura?

A Miguelote sé que le interesa el tema religioso, y entonces me planto delante de «El Descendimiento» de Van der Weyden y empiezo a describirlo mentalmente como si se lo contase a él: el cuadro es grande, encima del sofá de tu casa no cabe, y además sobre el formato rectangular, el cuadro tiene un añadido, otro rectángulo más pequeño. El fondo es dorado. ¿Qué color es el dorado o el oro? Amarillo y brillante. Sobre él aparecen contrastadas varias figuras. Hay una cruz y una escalera de madera… Estos dos elementos son fáciles de describir.

El descendimiento de Van der Weyden
El descendimiento de Van der Weyden. Museo del Prado

Un tío con barbas y anciano sujeta por la axila al Cristo recién desclavado, y otro más joven, desde arriba, le sujeta el brazo. El Cristo está muerto y su cuerpo es pálido y gris. Hay dos mujeres llorando. Una se enjuga las lágrimas y otra, con un manto azul, permanece medio caída. Todas las figuras parecen desvanecerse, curvan sus cuerpos por la angustia y por la pena…

Acabo imbuido por la escena y me pierdo entre el oro y las lágrimas de las mujeres, que, por cierto, Picasso supo reinterpretar a la del pañuelo…

Abandono la sala emocionado y paso delante del «Jardín de las Delicias». Hoy solo hay una veintena de turistas pasmados ante semejante maravilla. Cierro los ojos y escucho a un guía que, en español, describe el Paraíso. Todos miran atentos y deslumbrados. A mí no me sirven esas explicaciones. Sigo.

El Jardín de las Delicias de El Bosco
El Jardín de las Delicias de El Bosco.Museo del Prado

Me dirijo a la sala de las pinturas negras de Goya, y ya delante de uno de los aquelarres me pregunto: ¿cómo describiría las pinceladas sueltas, rabiosas e insinuantes, o esos negros y los ocres pardos o rojizos que se disputan el protagonismo en el cuadro? ¿Y cómo explicar a un ciego que los ojos de las brujas alrededor del cabrón son desorbitados? El ambiente en el cuadro es sórdido, pero no puedes abandonar su visualización, te atrapa…

El aquelarre o El gran cabrón de Goya. Museo del Prado
El aquelarre o El gran cabrón de Goya. Museo del Prado

Saliendo por la puerta que da a los Jerónimos, pensé que quizás la escultura, al poderse apreciar con el tacto, es más asequible para un ciego, y pensé en la Victoria de Samotracia, que exhiben en el museo del Louvre. Esa figura no es abarcable por completo si no es con la vista. Su presencia es tan imponente que resulta imposible apreciar su grandeza. Solo es posible con todos los sentidos abiertos de par en par.

Ya en la calle, una leve llovizna me refresca la frente, el tráfico, el bullicio callejero y unos italianos escandalizando me sacan de mis ensoñaciones. Decido que me aventuraré a acompañar a mi vecino Miguelote. Creo que merecerá la pena y me vendrá bien a mí porque me obliga a mirar con más atención.


Blog de Vicente Chumilla

Vicente Chumilla
Vicente Chumilla
Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.

Le llaman Miguelote, vende cupones de la ONCE en un quiosco cerca de mi casa, y como sabe que soy pintor, de vez en cuando me pide que le describa el color de las nubes. Yo le digo que él no tiene ni idea de cómo es el gris o el azul, y él, con guasa, me contesta:

—El que no tiene ni idea eres tú de lo que soy capaz de imaginar.

Y asegura que los videntes, a base de mirar pantallas en exceso, hemos perdido la cualidad de la observación y de la fantasía.

—Y estáis a un paso de perder el juicio.

Es ciego de nacimiento y dice que a cada uno de los colores le tiene atribuida una cualidad, y en su cerebro nacen imágenes alucinantes al oír, por ejemplo, la palabra «verde». Yo le argumento que la pintura solo es apreciable por un vidente. Miguelote, desafiante, me ha propuesto que organicemos una excursión al Museo del Prado, los dos solos.

—Tú me cuentas y yo imagino.

Estando en la National Gallery de Londres, vi a una chica hacer de guía con un grupo de niños ciegos, todos sentados en el suelo frente al cuadro, y la monitora iba relatando. Me picó la curiosidad, pero como no hablo ni entiendo inglés, me quedé con las ganas. Eso sí, los niños permanecían atentos y sonrientes. Imagino que les contaba la historia de lo que se representaba en el cuadro.

Recuerdo que era una pintura de Tiziano, «Acteón y Diana». Un joven cazador, acompañado de sus perros, aparta una cortina roja y sorprende a Diana bañándose con sus ninfas en un arroyo. ¿Imaginaban los inglesitos los cuerpos desnudos de las bañistas y por eso sonreían? El final de la historia es tremendo. La diosa, que estaba consagrada a la castidad, en venganza convierte al mirón en ciervo, y es atacado por sus propios perros. Algunos niños se tapaban la boca en señal de asombro al escuchar el relato…

Entiendo que las historias mitológicas puedan transmitirse a través de palabras, pero describir la pintura es otra cosa.

Antes de aventurarme a hacer de guía con el ciego, decidí ir solo al museo y averiguar qué puedo contar de algunos cuadros que me gustan. ¿Cómo podría describírselos a Miguelote?

«El lavatorio» de Tintoretto y la perspectiva (lo del perro en primer plano puedo, pero lo demás…).

«Las Meninas» de Velázquez, ¿cómo describir el espacio, el gris rosáceo del piso, la luz lateral o el aire contenido en esta pintura?

A Miguelote sé que le interesa el tema religioso, y entonces me planto delante de «El Descendimiento» de Van der Weyden y empiezo a describirlo mentalmente como si se lo contase a él: el cuadro es grande, encima del sofá de tu casa no cabe, y además sobre el formato rectangular, el cuadro tiene un añadido, otro rectángulo más pequeño. El fondo es dorado. ¿Qué color es el dorado o el oro? Amarillo y brillante. Sobre él aparecen contrastadas varias figuras. Hay una cruz y una escalera de madera… Estos dos elementos son fáciles de describir.

El descendimiento de Van der Weyden
El descendimiento de Van der Weyden. Museo del Prado

Un tío con barbas y anciano sujeta por la axila al Cristo recién desclavado, y otro más joven, desde arriba, le sujeta el brazo. El Cristo está muerto y su cuerpo es pálido y gris. Hay dos mujeres llorando. Una se enjuga las lágrimas y otra, con un manto azul, permanece medio caída. Todas las figuras parecen desvanecerse, curvan sus cuerpos por la angustia y por la pena…

Acabo imbuido por la escena y me pierdo entre el oro y las lágrimas de las mujeres, que, por cierto, Picasso supo reinterpretar a la del pañuelo…

Abandono la sala emocionado y paso delante del «Jardín de las Delicias». Hoy solo hay una veintena de turistas pasmados ante semejante maravilla. Cierro los ojos y escucho a un guía que, en español, describe el Paraíso. Todos miran atentos y deslumbrados. A mí no me sirven esas explicaciones. Sigo.

El Jardín de las Delicias de El Bosco
El Jardín de las Delicias de El Bosco.Museo del Prado

Me dirijo a la sala de las pinturas negras de Goya, y ya delante de uno de los aquelarres me pregunto: ¿cómo describiría las pinceladas sueltas, rabiosas e insinuantes, o esos negros y los ocres pardos o rojizos que se disputan el protagonismo en el cuadro? ¿Y cómo explicar a un ciego que los ojos de las brujas alrededor del cabrón son desorbitados? El ambiente en el cuadro es sórdido, pero no puedes abandonar su visualización, te atrapa…

El aquelarre o El gran cabrón de Goya. Museo del Prado
El aquelarre o El gran cabrón de Goya. Museo del Prado

Saliendo por la puerta que da a los Jerónimos, pensé que quizás la escultura, al poderse apreciar con el tacto, es más asequible para un ciego, y pensé en la Victoria de Samotracia, que exhiben en el museo del Louvre. Esa figura no es abarcable por completo si no es con la vista. Su presencia es tan imponente que resulta imposible apreciar su grandeza. Solo es posible con todos los sentidos abiertos de par en par.

Ya en la calle, una leve llovizna me refresca la frente, el tráfico, el bullicio callejero y unos italianos escandalizando me sacan de mis ensoñaciones. Decido que me aventuraré a acompañar a mi vecino Miguelote. Creo que merecerá la pena y me vendrá bien a mí porque me obliga a mirar con más atención.


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Pintor y grabador yeclano. Colaborador de elperiodicodeyecla.com con artículos sobre Yecla o temas relacionados con el arte y su localidad natal.
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